a pie de calle

La primera foto hecha en España

Un turista toma una foto en la plaza de Pla de Palau, la semana pasada.

Un turista toma una foto en la plaza de Pla de Palau, la semana pasada.

CATALINA
GAYÀ

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En la esquina de la calle del General Castaños con Pla de Palau sucedieron dos eventos que han pasado, cada cual de diferente manera, a la historia. Desde la azotea del que ahora es un hotel se tomó la primera fotografía realizada en España -hay una placa- y ahí, en un bar de los 70, Heinz Chez se paró para tomarse una copa o café antes de ser capturado por haber matado a un guardia civil. Chez, cuyo verdadero nombre era Georg Michael Welzel, fue condenado a muerte. Moriría unos minutos antes que Salvador Puig Antich.

Encuentro en la esquina un nuevo restaurante y a una mujer, Mariela Vargas, con ganas de convertirla en un lugar emblemático, un lugar de parada, y no solo un puente entre el Born y la Barceloneta. Me explica todo lo que se podría hacer si los vecinos se pusieran de acuerdo y la lista es larga. Hay música, huele a café y a parrilla argentina. Frente a Negro Carbón, deambulan todos los turistas que llegan a la ciudad.

Un evento multitudinario

Al parecer, la esquina ahora no es fotogénica ni para de fotógrafos. Nadie dispara a la antigua Llotja, que es lo que quedó inmortalizado en esa primera imagen, un 10 de noviembre de 1839. Era un día nublado y ventoso, como ayer, y tocaba la banda. Se lee en las crónicas que la multitud acudió al evento que tenía que amortiguar esa sensación de que aquí todo lo importante era extranjero y que esta era solo tierra de traductores. «Lloremos, pues y traduzcamos», escribió Larra en 1836.

Leo en Historia de la Fotografía en España, de Publio López Modéjar, que fue iniciativa de la Academia hacer la primera demostración pública del daguerrotipo, a cargo de Ramón Alabern. El Diario de Barcelona advirtió a los que se apostaran en las ventanas de la Lonja y de casa de Xifré que debían apartarse en el momento indicado porque su «indocilidad» sería registrada para siempre. La toma duró 22 minutos y no sabemos si alguien se quedó embobado porque la fotografía se ha perdido, así lo cita el autor.

Ayer no había nadie en pausa: todos iban, venían cual hormigas en verano. El ajetreo turístico contrastaba con el silencio de las calles de Llevant, Duana, Ócata, por las que no circulaba ni un alma.

Caminar en soledad a dos minutos de la marabunta es un placer olvidado en esta ciudad y una señal de la veneciación de Barcelona. En el hotel Santa Marta, abierto en 1953 en pleno auge de la migración que llegaba del sur por la estación de França, Agustín atribuía el silencio al cierre del Gobierno Civil y a la marcha a medio gas de la estación.

El edificio del Gobierno Civil es otro edificio cadáver de Barcelona. Polvoriento, desconchado y ventanas cerradas, aún hay señales de la España pujante, cuando daban 2.500 euros por el nacimiento de un hijo o por una adopción. Nadie se molestó en quitar el cartel que se asoma ahora por una cristalera sucia.

Regresaba al oasis, a la calle del General Castaños. En los balcones, hay plantas, están cuidados. «Viven vecinos, ya mayores», me decía el dueño de un taller. Observaba la esquina a 200 metros: no se detenía la riada de chicos y chicas en un itinerario que no está escrito, pero que lleva a todos a los mismos lugares.