LA TRANSFORMACIÓN DE UNA ARTERIA

Entre la nostalgia y el cambio de uso

El consenso será difícil pero crecen las voces favorables a ganar espacio para los peatones

Y LA DE 1975 Los barceloneses disfrutaban de las sillas de pago, como mirador del ajetreo cotidiano -y local- del paseo.

Y LA DE 1975 Los barceloneses disfrutaban de las sillas de pago, como mirador del ajetreo cotidiano -y local- del paseo.

PATRICIA CASTÁN
BARCELONA

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Hace varios lustros que episódicamente se oye hablar de una Rambla peatonal, lo que genera tanto entusiasmo como aversión, según el grado de afectación de cada cual. El acceso en sentido ascendente controlado con cámaras y horarios restringidos ya fue un «paso hacia la peatonalización», opina la concejala Homs. Pero los años pasan, las marabuntas crecen y las medidas se quedan cortas. En el marco del Pla Cor a nadie le tiembla el pulso ya al hablar de peatonalizar.

Lo corrobora Joan Oliveras, presidente de la asociación de Amics, Veïns i Comerciants de la Rambla, donde está representada buena parte del comercio. «Hay muchos grados de peatonalización y habrá que decidir cuál es el más adecuado, pero estamos a favor de estudiarlo», explica, partidario desde el inicio del debate del plan especial de tomar medidas que mejoren la movilidad y los flujos de paseantes en el atiborrado eje, al que en fin de semana llegan a pie un 88% de los usuarios.

Eso sí, Oliveras insiste en que no se pueden tomar decisiones sin atender  a la realidad de la Boqueria o el Raval, para que estos no se vean penalizados. «La Rambla no es un departamento estanco», subraya desde el convencimiento de que «si no se afronta un tipo u otro de peatonalización, en el futuro quedará colapsada», y de que la mera ampliación de las aceras en algunos tramos «sería insuficiente».

En el lado de los desencantados, la Xarxa Veïnal de Ciutat Vella es crítica con los gobiernos locales que han permitido la degradación durante demasiado tiempo. «Se llega tarde, está demasiado dañada», opinan, aunque no se oponen a una peatonalización parcial que fuera compatible con la entrada de autobuses. «No permitiremos que se pierda transporte público», puntualizan, conscientes de que el actual trazado irregular de sus aceras tiene «tramos peligrosísimos» por su estrechez y saturación.

Desde la vecina plaza Reial, que se incluye en el plan especial para la Rambla, un ilustre residente, Nazario, salta a la yugular de un cambio que genere más zona de trasiego. «Me parece fatal la idea de hacerla peatonal. Más runrún de maletas y ya es un pasillo de aeropuerto. ¡Imagínate, más turistas arriba y abajo! Y más terrazas. Es una pena. Dentro de poco pondrán luces de Navidad todo el año».

Como muchos vecinos con nostalgia de un pasado más auténtico y canalla, confiesa «no disfrutarla, sino sufrirla». «Solo utilizo la Rambla para ir al metro o al lateral de la Boqueria, porque dentro del mercado no entro ni loco», sentencia.