Disturbios en Barcelona

Doble cabreo en Sants

Símbolo 8 Vigilantes de TMB custodian la excavadora incendiada, ayer.

Símbolo 8 Vigilantes de TMB custodian la excavadora incendiada, ayer.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / Barcelona

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Sants se fue a dormir tres noches seguidas con el humo pegado a los toldos de los balcones. Amaneció ayer la resiliencia, un día más, con las carreras para llegar al cole y al trabajo, con el rastro de otra noche furiosa en el asfalto derretido por los contenedores en llamas. El metro en marcha, el bus arriba y abajo, los taxis camino de la estación, los periodistas revoloteando y la Urbana haciendo la guardia diurna. La rebelión dormita. Las reflexiones sobre Can Vies son mucho menos profundas de lo que cabría esperar. No es este un comentario despectivo, pues aunque muchos vean un conflicto más allá de los muros de este combativo distrito barcelonés, a pesar de que se estile comparar lo sucedido con Gamonal, aquí lo que se impone a las reflexiones sociológicas y políticas es la tristeza en una doble dirección: por haber perdido un lugar que era de todos y de nadie, y por la actuación de unas fuerzas del orden que, para muchos, ayudaron al desorden.  También por los altercados provocados por una minoría, grupos organizados que aquí casi nadie justifica porque se sospecha que, en parte, se trata de jóvenes que hace dos días que se han dado cuenta de que Sants es mucho más que una terminal de trenes.

En la plaza de Benet i Muixí se encuentran Josep, vecino de la calle del Guadiana de 58 años, y Roser, residente en Olzinelles y de 60. Va bien que tengan ya cierta edad y se avengan a hablar para romper el mito de que esto es cosa de chavales. Ambos confirman una tendencia creciente en el barrio: ya no se trata tanto de apoyar a la gente de Can Vies --difícil dar con un usuario habitual del centro social okupado-- como de censurar la acción policial y la actitud del ayuntamiento. Josep vivía en Vitoria el 3 de marzo de 1976. Aquel día, pocos meses después de la muerte de Franco, la policía se empleó a fondo con una huelga, matando a cinco personas a la salida de una iglesia en la que se celebraba una asamblea.

Gestionar la violencia

No compara ambos casos, pero sí utiliza la referencia para detenerse en la gestión de la crisis. «Se habla mucho aquí de que los Mossos atacan de manera indiscriminada, pero no hay que olvidar que tampoco se puede defender de manera indiscriminada. Falta pedagogía, control de las protestas; debes tener muy claro quién es tu enemigo y quién no lo es. Debes aprender a gestionar la violencia». Gestionar la violencia parece todo un oxímoron. Prosigue: «Hay muchos jóvenes que no saben dominarse, por eso echo de menos que la gente de Can Vies administre mejor las manifestaciones».

Roser pasó la noche del martes en casa de una amiga porque las barricadas de hercúleos agentes y de plástico y basura ardiendo no le permitían cruzar la cicatriz en la que se había convertido la calle de Sants. Dice que su postura era hasta hace poco «bastante light», esto es, que le daba pena que Can Vies perdiera la batalla pero que tampoco era algo que la desvelara de madrugada. Pero ahora confiesa: «Estoy indignadísima con los Mossos. No todos aquí somos terroristas, y en algunos momentos, con cargas aleatorias, nos han puesto a todos en el mismo saco. Están consiguiendo que la gente que hasta ahora teníamos una postura más suave nos posicionemos». Tanto Josep como Roser critican que los medios de comunicación por regla general «solo cuenten lo malo» de estas revueltas sociales.

Ricard sale de su casa, un edificio protegido de la Riera d'Escuder, a 200 metros de la calle de Sants, para llevar a sus dos pequeños a la escuela. Como hiciera el martes y el miércoles, echa una ojeada a los  cristales de las entidades bancarias de la zona para calibrar el ardor de la velada. La noche la pasaron con las ventanas entreabiertas, con el foco del helicóptero de la policía autonómica dibujando esferas en su terraza y con Félix, de año y medio, más revuelto de lo habitual.

Vergüenza

Dentro del renovado mercado de Sants, en la calle de Sant Jordi, se habla mucho sobre el tema. Sorprende que el hilo principal de la conversación no sean las bondades o maldades de Can Vies en sus 17 años de vida. Se imponen los altercados, las imágenes de los encapuchados corriendo por Joan Güell, las cargas de los Mossos a pocos metros de la sede del distrito. También de la excavadora quemada, que sigue ahí, a la espera de que alguien venga por ella para convertirla en carritos del súper. Mercè, de la calle de las Canalejas, discurre ante la carne con un vecino. Detiene su plática cuando ve una libreta y un boli. «¿Es usted periodista? Apunte. Esto es una vergüenza. La gente va a pensar que nos hemos vuelto todos locos. ¿Por qué no viene el alcalde a dar una vuelta y verá que los violentos no están aquí durante el día? No sé yo si Can Vies era bueno o malo, pero hombre, ¿para qué tirarlo si eso no ha hecho más que cabrear aún más a los chicos?». Parece que Xavier Trias escuchó sus palabras. Anoche detuvo el derribo del símbolo okupa.