TESTIGO DE UN EPISODIO TRÁGICO

«Estaba junto a esa columna»

El responsable de la subestación muestra las mejoras seis años después del fatídico incendio

C. B.
BARCELONA

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Rechaza el comentario de «estación mimada» por las inversiones de la compañía y lo atribuye a la mala fortuna que supuso tener que vivir uno de los fallos más graves de la historia eléctrica reciente de Barcelona. El incendio de la estación de Maragall, a finales de julio del 2007, le pilló en el mismo sitio donde recibe a estos periodistas. «Tuve la desgracia de estar aquí cuando pasó todo. Estaba junto a esa columna», señala Josep Franch, jefe de la subestación de Maragall, en el paseo del mismo nombre, en la esquina con la calle de Escornalbou.

Han pasado más de seis años. Desde entonces, se han desembolsado miles de euros para poner a punto esta instalación, donde comenzó el incendio que sacó los colores de la eléctrica y de su hermana mayor, la encargada del transporte de la energía, Red Eléctrica Española (REE). De hecho, la función de la instalación es recibir ese suministro a 220 kilovoltios (kV), transformarlo gracias a uno de los cinco transformadores y luego distribuirlo. El método es exactamente el mismo entonces que ahora, pero la proliferación de dispositivos de seguridad, estancias compartimentadas, métodos de detección de humo, aislantes en las paredes o escaleras estratégicamente dispuestas, por citar algunos ejemplos, dan una idea de cómo se ha puesto a punto.

«Estas cosas se ponen en marcha cuando hay cosas que mejorar», encaja Franch mientras se deshace en explicaciones acerca de lo segura que es la subestación. Habla con un mimo extraordinario de cada detalle. «Suerte que le tenemos a él», admite su superior, el jefe de subestaciones del Barcelonès, Amadeu Plaza, mientras se deja guiar por las estancias hasta la última adquisición, la cámara termográfica.

Los pocos técnicos de Endesa que hay un jueves por la mañana en Maragall están concentrados en sus pantallas de ordenador pero saludan amablemente a los recién llegados. En esta subestación hace mucho tiempo que no había visitas. De hecho, durante los primeros meses tras el descalabro estuvo en boca de todos y hasta recibió la visita de las autoridades -entre otros del entonces alcalde, Jordi Hereu- pero desde el 2007 no había vuelto a entrar un medio de comunicación.

Los bomberos ayudaron mucho. Tras el fuego, testaron todo lo que ocurría allí y realizaron una serie de recomendaciones. Repitieron las pruebas cada tres meses. Josep Franch insiste en que la vigilancia no se limita a aquello que obliga la ley sino que la compañía eléctrica ha preferido sumar sistemas nuevos, opcionales, que redunden en esa vigilancia. Como por ejemplo, el llamado NAS.

Una nariz inteligente

En este caso coinciden las siglas de la marca y su función. El NAS es una nariz electrónica. Unos pequeños tubos aspiran constantemente el aire de las salas de control, de los transformadores, de los cuartos de media tensión o de cualquier otro recoveco de la subestación que sea susceptible de sufrir un incendio. Ese aire se analiza en el NAS, que dispararía la alarma en el caso de que detectara el más mínimo indicio de humo, mucho antes que los detectores convencionales o que el ser humano.

Franch explica el peculiar dispositivo, con cierto aire de alivio. Pero esa misma satisfacción se lee en sus ojos con otras bien diferentes, como las fotos de época de los 70 cuando el solar donde ahora está la subestación era una fábrica de maderas.