La vida salvaje en la metrópoli

La fauna indómita del zoo

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CARLES COLS / Barcelona

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El Zoo de Barcelona tiene una bastante desconocida unidad de intervención autodenominada Equipo Verde. Puede que el nombre tenga parte de culpa en ese inmerecido anonimato. Sin duda con las tarjetas de presentación del Grupo de Anticoncepción del Zoo, cuya misión es evitar los embarazos indeseados, se presume más. Pero trabajar en el Equipo Verde le convierte a uno casi en un David Attenborough de la Ciutadella. Su trabajo consiste en preservar la verdadera vida salvaje del Zoo de Barcelona, es decir, cuidar de todos aquellos animales que viven en el recinto pero que en realidad no pertenecen a la colección del zoológico. Fauna libre y sorprendente en el corazón de la ciudad.

A algunas de las especies la etiqueta de salvaje es cierto que les viene algo grande. Ese sería el caso de los monísimos erizos. Tampoco ninguna de las variedades de murciélago que habitan en el parque son hematófogas, o dicho de otro modo, vampiros. La Acherontia atropos puede que a algunos les cause algún repelús porque es la larva que el forense saca de la garganta de la quinta víctima del despiadado Buffalo Bill en El silencio de los corderos, pero la verdad es que la Esfinge de la Muerte, en su espectacular nombre común, es una simple mariposa que no tiene ni media bofetada.

Pero el Equipo Verde ha sido testigo de algo que excede incluso el calificativo de salvaje. Es la pelea que mantienen en las copas de los árboles la garza real y la cotorra. Esopo se lo habría pasado en grande.

Para comprender su importancia y por qué ha sido tema incluso de un artículo científico hay que precisar antes un par de cuestiones.

Primero: el Zoo de Barcelona es el hogar de la mayor colonia de garzas reales de Europa. Durante años fue una especie muy remolona a la hora de anidar en Catalunya, pero a partir de 1974 comenzó a sentirse a gusto en la Ciutadella. Si se accede al recinto por la entrada de la calle de Wellington, allí, sobre los árboles situados en el hábitat de los pelícanos hay más de 80 nidos uno al lado del otro, como un Marina d'Or de ramitas. Son muy pillas. A la hora del almuerzo se quedan. «Tapean un poco aquí, con la comida de los pelícanos, y luego se van a lo suyo, a pescar al Llobregat», explica el técnico Josep Garcia. Fue precisamente en esos vuelos con destino al fértil delta del sur cuando en Barcelona nació la leyenda de una enorme ave que sobrevolaba los tejados de la zona alta.

Segundo: a las cotorras también les gusta el zoo. Pueden parecer ya parte del paisaje urbano, pero hay que subrayar que proceden de otro continente, o, lo que es lo mismo, en ningún lugar del mundo comparten hábitat con las garzas reales. Las consecuencias de esa competencia hasta ahora inédita es lo que retrata el estudio Primeras interacciones depredadoras de garza real Ardea cinerea sobre nidos de cotorra argentina Myiospsitta monachos en Barcelona, cuyo autor es el propio García.

Sabrosos huevos

La guerra muy animal que ese trabajo de campo relata es, en un primer momento, una derivada de la clásica lucha territorial. Las garzas construyen sus nidos como amplias plataformas. Las cotorras prefieren nidos más cerrados, pero las muy gandulas decidieron en el zoo levantar sus hogares con ramas robadas a garzas que por un motivo u otro esos días no estaban en casa. Al regresar, estas decidieron recuperar lo que era suyo y, sorpresa, se encontraron con la punta del pico a tocar de unos desconocidos pero aparentemente sabrosos huevos. Comerse a los hijos de los otros, se mire como se mire, es muy salvaje.

Así es la fauna libre del zoo. Se levanta la cabeza y es posible avistar esta misma semana una garcilla bueyera que tal vez semanas antes reposaba sobre el lomo de algún gran bóvido en las sabanas de África. «Sí, así es, el zoo forma parte de la ruta de las migraciones, qué le parece?», presume orgulloso García.

El Equipo Verde tiene otras bestias más humildes a su cargo. De parte de ellas se encarga Elena Pardo. Formalmente es la encargada de los grandes felinos del zoo. En las fiestas seguro que por ello es muy popular, pero su misión como miembro del Equipo Verde son las mariposas.

Junto a la granja infantil del zoo hay una extraña área de vegetación expresamente despeinada. Abundan las plantas de colores lilas y azulados, como la lavanda, el romero y tomillo. «A ellas les gusta». «El amarillo es más para las abejas», explica.

No es que en ese rincón del parque un entomólogo vaya a descubirir el último ejemplar que le falta a su colección. Abunda, por ejemplo, la mariposa de la col, una plaga en Catalunya, con sus características alas blancas y vuelo atropellado. Pero también es posible disfrutar la presencia de la Papilio machaon, y, sobre todo y con un poco de paciencia, tiritar como una Jodie Foster ante esa calavera que luce en la espalda la citada Acherontia atropos, también conocida como la Esfinge de la Muerte.

Pardo coincide a menudo por allí con Manuel Aresté, el hombre a cargo de los temibles dragones de Komodo, pero que dentro del Equipo Verde tiene una misión en la que le peligra menos la integridad física. Es el biólogo que mima a la ranas del estanque situado junto al bosque de las mariposas. Aresté es a veces hombre de pocas palabras. «De noche las ranas viajan», dice. Parece un haiku nipón, pero resulta que es verdad.