a pie de calle
Diálogos entre vecinos
Catalina Gayà
Catalina GayàPeriodista
CATALINA Gayà
Es después de hablar conJuan Sánchez, en el Pou de la Figuera, que esta cronista se topa con las fotos.Juan Sáncheztiene 54 años y una vida que no es para echar cohetes: en el paro, mujer enferma, dice él, porque el banco les quitó la casa y a ella «tenía que salirle por algún lado». Un viernes al sol, Juanpodría haber hecho el discurso fácil del que culpa al otro de todos sus males. Hace todo lo contrario: «Criminalizar al de afuera es un sinsentido». Él, que es nieto de españoles que hicieron las Américas y vecino de la Ribera, dice: «No hay que criminalizar sin conocer, solo especulando».
Esta cronista le alaba los jilgueros y parte. Pasa por el túnel que conecta la plaza sin nombre oficial con la ciudad y se encuentra los retratos en blanco y negro. Está el señorPepeque, como se indica en un pequeño texto, llegó a Barcelona cuando los trenes procedentes de Andalucía o Cuenca arribaban a la estación de França y la gente bajaba al andén con una maleta de cartón en la mano. Al jovenPepelo detuvieron en la estación y lo regresaron a casa. En Valencia, cambió de vía y cogió un tren de vuelta. Empezaba su proyecto migratorio. En otra imagen, estáBiram. Nació en Dakar (Senegal), estudió telecomunicaciones, se montó en una maldita patera y llegó a esta Barcelona desmemoriada del siglo XXI.Biramvive en una vieja nave industrial y ahora entiende que esa Europa soñada es eso, un sueño de celuloide.
«Mora, mora»
En una foto, se ve el palacio de Misiones, la versión franquista de los Centros de Internamiento de Extranjeros.Solysonríe en una foto. A él lo abandonaron en el Sáhara. EstáAntonio, que cuando llegó al Somorrostro quiso regresar a su tierra porque una cosa es la pobreza de pueblo y otra, la miseria urbana. En una foto, hay dos mujeres. SonMercèyNiolvis.Mercèllegó a Francia con sus padres tras la guerra civil. Ahí, recuerda, la insultaban gritándole «mora, mora».Niolvisnació en La Habana, siempre se sintió catalana -es nieta de catalán- hasta que llegó a Barcelona y supo que era negra.
Los retratos miran a un pequeño restaurante. El restaurante es Mescladís, un proyecto de economía solidaria y formación de jóvenes migrantes.Martín Habiague, director de la Fundació Ciutadania Multicultura y de Mescladís, está sentado en una mesa.Habiagueexplica que se cruzó con el fotógrafoJoan Tomàsy que del diálogo entre dos vecinos nació el proyectoMemorias migrantes. «La primera vez que uno de los ancianos de las fotos se sentó al lado de los jóvenes africanos aseguró que no tenía nada que ver con ellos», diceHabiague. Luego, entablaron un diálogo: habían hecho un viaje, habían sido perseguidos y habían sobrevivido. «El rechazo y la discriminación se construyen sobre el olvido», diceMartín. El proyecto se convirtió en una exposición y, en octubre, empapelaron la pared. Ahí sigue. El viernes, los turistas retrataban esos rostros.Solylos observaba desde detrás de la barra de Mescladís.
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