Cambio de modelo de un festejo tradicional

El Carnaval pierde la rúa central y expande la fiesta a todos los barrios

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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Arminda pasó la Navidad en casa, en Bolivia, donde asistió a la boda de su hermana. De Cochabamba se trajo fotos de su hija Alejandra, de 9 años, a la que espera poder traer a Catalunya algún día, y también vestidos y material para el Carnaval de Barcelona, el del Paral·lel, el que desde hace un par de años concentraba a toda la comunidad latina. La cita era ayer, pero tras el amago del ayuntamiento de eliminarla, fue mucho menos lucida. Arminda y el resto lo dieron todo y no pareció importarles que fueran solo 12 comparsas

-en el 2011 eran 35-. Se impuso así la tesis municipal de devolver la fiesta a los barrios para implicar más al barcelonés. ¿Surgió efecto?

A las seis estaba previsto el inicio y a las seis eran pocos los que esperaban en la acera. Vistas las fotos del año pasado, cuando la calle de los teatros tenía una decena de hileras de público, queda claro que este ha sido el año de la distribución del protagonismo, ya sea hacia Sants, donde hubo una cuarentena de pequeñas comparsas, o hacia Gràcia, donde las familias lugareñas y losesplais tomaron las riendas del pasacalles.

La idea, así reza el ideario de Xavier Trias, era recuperar el espíritu de alegría y participación que tenían los carnavales barceloneses del siglo XVII, cuando el libre albedrío se imponía y no había ordenanzas de civismo. Arcil Fernández, un joven boliviano que iba vestido de virrey en una comparsa que escenificaba la época colonial, no escondía cierta tristeza al ver «tan poca gente» después de tres meses de preparativos. En su banda musical había varios chicos de Martorell, un grupo de voluntarios que quisieron echarles una mano y que ayer mismo empezaron a ensayar las canciones tradicionales andinas. Y detrás, las jóvenes bailarinas, con esos vestidos llenos de retales traídos de su país.

La rúa de Paral·lel no solo fue menos concurrida. También más corta. Perdió 500 de los 1.300 metros habituales y en cuestión de hora y cuarto ya tenía el recorrido en el bolsillo. «Muchas comparsas han decidido quedarse en sus pueblos este año porque cuando se canceló ya se buscaron la vida», explicaba un chico de la Federación de Entidades Peruanas de Catalunya. Entre el público, muy poca gente disfrazada. Hombres de mujer, abuelas de pirata, mujeres de hombre, jóvenes de bebé, chicas de presidiario. Entre las comparsas latinas llamaba la atención el séquito del Museu del Mamut, institución que dio grandes titulares hace un par de semanas gracias a un sonado robo de piezas de marfil. «Ya lo teníamos previsto, no ha sido nada improvisado», apuntaba el conductor, al que seguían una quincena de jovencitas trogloditas que devoraban una lata de cerveza tras otra.

CIERRE INDEPENDENTISTA / Bolivianos, peruanos, colombianos, hondureños. Y catalanes. Cerrando el paseíllo de Paral·lel, la comparsa de Poble Sec per la Independència, en la que una chica que simulaba ser España -con antifaz de ladrón de bancos- arrastraba con una cadena todo aquello que los protagonistas del desfile reclamaban: el aeropuerto de El Prat, el corredor mediterráneo, las selecciones catalanas... Tras ellos, la comitiva de limpieza, con muy poco trabajo y muchos efectivos.

Según la Urbana, 8.000 personas presenciaron la rúa de Paral·lel. Y otras 15.000 de 300 grupos participaron en las 33 rúas repartidas por la ciudad. Es difícil calibrar si la idea de dividir el Carnaval ha sido un éxito. En cambio, si el objetivo era que Barcelona se quedara sin una rúa principal, prueba superada.