El patrimonio del Baix Llobregat
El síndrome de Viladecans
Angustia, vértigo, un ritmo cardiaco más al trote que al paso... Así se sentía Henri-Marie Beyle, más conocido como Stendhal, tras una jornada de contemplación de las joyas artísticas de Florencia. Tan mal se puso el autor deRojo y negroy deLa cartuja de Parmaque aquel cuadro clínico abrió la veda para que la profesión médica clasificara determinados síntomas con sugerentes nombres. El síndrome de
Stendhal define el aturdimiento ante el exceso de belleza. El síndrome de Jerusalén desata comprotamientos extraños entre los cristianos que visitan la ciudad santa (curiosamente no afecta a los musulmanes). El síndrome de París es especialmente singular. Es una crisis nerviosa causada por la desproporción entre las expectativas creadas antes de visitar la ciudad de la luz y la realidad que uno allí encuentra.
El síndrome de Viladecans debería diagnosticar la frustración que causa el destino que acompaña a todos los tesoros que, curiosamente siempre fruto de unas obras, afloran en ese término municipal del Baix Llobregat.
Aquellos intimidadores colmillos de mamut descubiertos en el 2008 duermen empaquetados en un almacén del Centro de Restauración de Bienes Muebles de la Generalitat, a la espera de que termine la actual glaciación presupuestaria y puedan ser tratados para su exhibición.
Las pinturas góticas, una vez catalogadas, volvieron a ser cubiertas, pero la concejala de Patrimonio, Encarna García, promete que algún día serán visitables.
El caso de los dos cascos etruscos merece un aparte. Ambos están expuestos al público, pero uno, el menos valioso, en Gavà, y el otro, una pieza extraordinariamente bella, en Nueva York. Durante siglos permanecieron dormidos en el lodo, entre los restos de un barco que se hundió junto a la playa. Cuando aquel pecio se hundió, probablemente ya eran una reliquia con más de 600 años de antigüedad.
Los excavadora que dio con ellos trabajaba en la frontera de los términos municipales de Viladecans y Gavà, pero en aquel entonces la segunda ciudad tenía museo y la primera no. Así terminó uno de los cascos en casa del vecino. Lo triste, en cualquier caso, es que de las dos piezas halladas, la más excepcional, manufacturada tal vez a finales del siglo VI antes de Cristo, terminó subastada ilegalmente por la casa Christie's por 43 millones de pesetas y fue a parar a la colección Levy de Nueva York.
Mala conciencia o no, sus nuevos dueños enviaron una copia que se exhibe también en Gavà.
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