UNA MADRUGADA EN EL SUBURBANO
Subidón bajo tierra
La chica de la foto pasaba por ahí con su novio y un amigo. El chico en tirantes es un músico brasileño que toca una conocida canción carioca. Ella, una exuberante turista cubana, regala un baile de cinco minutos que no deja indiferente a nadie. Absolutamente a nadie. Es domingo de madrugada y esto es el metro de Barcelona, un subidón bajo tierra en el que no hace falta preguntar; basta con observar y, según como, girar la mirada.
Ya es domingo, 27 de noviembre. En el andén de la línea 1 de Catalunya, con más de media entrada, no parece que sean la 1.30 horas. Solo la presencia de algunos vasos o la inconfundible bolsa verde del badulaque cargada de alcohol ayudan a situar el tiempo. Todavía es pronto, podríamos decir que a esta hora la gente todavía va y no ha vuelto. Solo algunos mayores, salidos del cine o del teatro, se frotan los ojos de sueño. Elisenda, la fotógrafa, se harta de trabajar.«Tíranos una foto, guapa»,le reclama un grupo que está de despedida de soltero.«Mira qué arte tengo»,le advierte otro que sujeta el cubata con la nariz al otro lado del andén. Risas, extranjeros, jóvenes, botellón, cánticos..., los sábados en el metro son un concentradopessebrede la noche barcelonesa.
Todos con el 'camarero'
En la línea 4, a las 2.15 horas, hay un grupo de unos 10 jóvenes de 17 años que van hacia Poblenou sentados en el suelo pero con orden. Son los chicos de la foto de la izquierda, pero la imagen no hace justicia a su desparpajo. Han repasado todo el repertorio del clásico español«¡Camarero! ¡Qué! Una de...»y han conseguido que una pasajera madurita les cante la estrofa del«una de mero san Fermín»que todo el mundo conoce. Ya más tranquilos, explican que les sale a cuenta colarse«porque si pagas la multa en el acto te sale a mitad de precio». Han llegado a calcular el coste de la T-10 en referencia a los usos mensuales y el importe de la sanción, un auténtico trabajo derecerca de la ESO. Uno de ellos, el más delgado, tiene una trampa digna de Benny Hill. Resulta que coge la tarjeta rosa de la abuela y paga la mitad de lo que debería.«Ella me lo deja porque me quiere mucho. ¡Yo solo soy un estudiante!».
En el siguiente tren no hay tanta verbena. A la altura de Bogatell, también en la L-4, empiezan a saltar cosas por los aires: hay una pelea en el vagón de al lado«porque un tipo acusa a otro de haber tocado el pelo de su novia».Cielos, qué hubiera pasado si le roza un pecho, parece pensar el pasaje. La mitad de la bulla se baja. La otra se queda sangrando con la ceja abierta. Silencio absoluto. Una joven anónima le cubre el ojo con un pañuelo. Un buen susto. Son las 2.45 de la madrugada.
Un rato de taquillas. En Drassanes paga uno y se cuelan cinco. En Passeig de Gràcia pagan dos y se cuelan 10, entre ellos, un grupo de vendedores ambulantes que obligan a Elisenda a borrar las fotos.«Borra, no derecho»,le sueltan. En Catalunya vigilan, nadie se cuela.
Fin del paseo en la Rambla. Son las 4.00. Lateros, prostitutas y venta de droga. Bajón sobre la tierra.
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