LAS ESTRATEGIAS DE LOS VENDEDORES PARA PASAR DESAPERCIBIDOS

Escondites de lateros

El truco 8 Un vendedor muestra cómo levantar una tapa con el meñique.

El truco 8 Un vendedor muestra cómo levantar una tapa con el meñique.

CATALINA GAYÀ
BARCELONA

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Mira a los lados y no ve ningún guardia. Tampoco, ningún comprador. Hace segundos que ha agotado las latas de cerveza que vende a los que andan por el Moll de la Fusta. Se agacha y agarra una cuerda: del mar saca una bolsa llena de latas. Utiliza esta táctica para refrescar las latas que los transeúntes compran. También es una estrategia para almacenar alguna lata más sin tener que regresar al piso donde las mantiene frías en neveras. La habilidad de los lateros para almacenar u ocultar las latas es digna de un prestidigitador. Cualquier recoveco --un portal, una maceta, una alcantarilla-- es suficiente para que con un movimiento felino las latas ya no estén.

Hasta hace unas semanas, en la calle de Jovellanos, explica un vecino, los vendedores las escondían «bajo el asiento de una moto abandonada». La grúa ya se ha llevado la moto. En la rambla del Raval, las latas se guardan en bolsas de plástico atadas a las barras de las alcantarillas. En la calle de las Ramelleres, una trampilla es un almacén. En Elisabets, las tapas de registro del suelo se levantan varias veces en la madrugada para esconder latas. ¿Cómo las abren? Las que tienen agujero, con el dedo meñique. Las que pesan más, con un punzón.

Jueves por la noche y, con la mirada en el suelo, el centro de la ciudad es un tapiz de tapas (alcantarillas o registro). En la calle de Elisabets hay varios vendedores. Tienen la clientela asegurada entre los que hacen botellón sentados frente al Macba. Los lateros trabajan en grupo. Uno, más adelantado, vigila y es el que se encarga de reponer latas.

En la esquina hay cuatro indios. Insisten poco a la clientela. Cosa rara porque con la crisis la tozudez ha aumentado. Unos chicos se detienen para comprar unas latas. Están tan acostumbrados a los lateros que han eliminado su presencia física. «Un euro». La moneda y ni gracias.

S. tiene la misma edad que su clientela: 23 años. No tiene papeles, no tiene trabajo y se dedica, entre siete y nueve horas cada noche, a vender latas. Va repeinado. Es su primer trabajo en Barcelona. Vive con otros vendedores en el barrio. Entre los lateros ahora se mezclan los recién llegados, para los que la venta ambulante es una primera forma de sustento, y los que han perdido el trabajo. Junto a S. trabaja D., antes lavaplatos. ¿Les da miedo trabajar de noche? Se ríen. «¡La policía!, pero hacen su trabajo como nosotros hacemos el nuestro», dice D. en inglés. ¿Dónde tienen las latas? «Cuando acabamos estas, vamos a casa a buscar más. Si hay partido, las compramos en el súper. Si viene la policía, las ocultamos». ¿Dónde? Se ríe. Tras horas de caminar sin descubrirlo, un chico que trabaja junto a D. se apiada de mis piernas y muestra cómo levantan las tapas escondite: introduce el dedo meñique en el agujero de una tapa y la abre fácilmente.

Hasta en las papeleras

Hace dos años, Guardia Urbana, Mossos d'Esquadra y Policía Nacional realizaron una gran redada contra la venta ambulante de latas Una fuente de la Guardia Urbana explica que esa operación mostró la relación entre «venta de latas, establecimientos y sobreocupación de pisos». «No es leyenda que guardan las latas en las tapaderas. Hasta ocultan bocadillos bajo las bolsas de las papeleras», dice. Desde que entró en vigor la ordenanza de convivencia hasta enero del 2011, la Guardia Urbana ha decomisado más de un millón de latas.

Un día después, D. y S. están en la misma esquina. «Duty es duty [Deber es deber]», dice D. En la Rambla, unas turistas beodas compran unas latas. Ya no se sostienen, pero siguen bebiendo a un euro la lata. Tampoco dicen gracias.