Chequeo a dos monumentos de culto

El templo de Gaudí aparca el culto y se limita a su papel de atracción

Los turistas muestran un respeto nulo a pesar de visitar una basílica

Una mujer habla por el móvil rodeada de turistas que sacan partido de sus cámaras y niños que corren por la Sagrada Família, ayer por la mañana.

Una mujer habla por el móvil rodeada de turistas que sacan partido de sus cámaras y niños que corren por la Sagrada Família, ayer por la mañana.

C. M. D.
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Bajo una de las columnas de la fachada de la Passió, un joven de unos 15 años fuma a escondidas mientras un amigo controla a los profesores y a los vigilantes del templo. Luego cambian los papeles y es el otro el que se inyecta nicotina entre pulmón y pulmón. Apagan el pitillo en la piedra, se suben el pantalón que casi les llega a las rodillas y entran en la basílica, donde aguarda el resto del grupo. El jaleo es inaudito: los niños corretean entre los bancos, un padre limpia las cacas de su bebé sobre un saliente de roca, no hay un solo móvil silenciado y los flases de las cámaras son un mareo. Abundan las chancletas, las camisetas sin mangas y del Barça, los bañadores, las gorras, los sombreros... Pasar una mañana en la Sagrada Família basta para darse cuenta de que el templo de Gaudí es una atracción que todavía no ha asumido su papel de centro de culto.

Las iglesias que gustan del recogimiento suelen tener la puerta cerrada. El visitante la abre y percibe la diferencia entre lo de fuera -viento, ruido- y lo de dentro -silencio, quietud-. Se empapa del nuevo entorno y muestra respeto por una simbología que le abruma, comulgue o no con ella. En la basílica que Benedicto XVI consagró en noviembre, los accesos por los lados de Marina y Sardenya están abiertos de par en par, con lo que cualquier intento de generar intimidad se esfuma cuando el pito del autobús que se ha atascado frente a la plaza retumba en los altos techos del templo. «Mira que tenía arte el Gaudí este», vocifera una mujer mayor que cierra un grupo de unos 50 jubilados que no pierden detalle de las explicaciones del guía, que no escatima en gritos por si alguno de los parroquianos ya flojea de oídos.

¿Perdone, qué le parece que haya tanto ruido? Responde Mark, un americano de 45 años que arrastra un niño de 6 que lleva una camiseta de Michael Jordan. «Bueno, es un monumento, no sé, creo que es normal, si alguien quiere rezar supongo que debe ir a otro lado, aquí desde luego no veo cómo se podrá concentrar». Hay una mujer de rodillas en la primera fila que lo intenta. Se llama Judith -«con hache», insiste- y ya se iba. «La oración es posible en cualquier circunstancia, el silencio ayuda y aquí no hay, pero Dios te escucha en cualquier situación».