HISTORIA DE LUCES Y SOMBRAS DE UNA EDIFICACIÓN CENTENARIA
100 años de lujo y agonía
Imaginen la escena. 1966. La Rotonda. Ustedes bajan de su habitación, pongamos en la tercera planta, se dirigen a uno de los salones del hotel en el que se sirve el desayuno y cuando descienden por las escaleras escuchan una voz fina pero firme y un piano que le acompaña. Alcanzan el origen de la melodía y, junto a las ventanas que dan a la avenida del Tibidabo, distinguen al tenor Alfredo Kraus y a su pianista, José Tordesillas. Están ensayando porque actúan en el Liceu y lo hacen, por aquel entonces, en uno de los hoteles más renombrados de la ciudad.
La prodigiosa memoria del restaurador Francesc Pérez es la mejor manera de revivir los últimos años dorados de la Rotonda. Primero fue el Metropolitan y luego adoptó el nombre actual que todo el mundo asocia con la magnífica cúpula del edificio. Este hombre hecho a sí mismo empezó a trabajar en el hotel cuando tenía 15 años. Pasó dos años aprendiendo antes de partir para Suiza, de trabajar en los mejores restaurantes de Barcelona y de abrir, en 1994, un pequeño restaurante al que llamó La Taula a escasos 500 metros de donde inició su carrera. «No se imagina lo que era aquello entonces..., una auténtica preciosidad, con esos tapices originales de la Real Fábrica de Tapices, esos salones de banquetes, la orquesta colocada en el balcón de la calle de Lleó XIII..., eran otros tiempos, sí, cuando los hoteles eran lugar de reunión de la gente poderosa y media zona alta se casaba en la Rotonda», rememora Pérez, mientras se prepara para una dura jornada de comidas navideñas de empresa.
Un bar con poca luz
A mediados de los 60 funcionaba un bar al que acudían parejas en busca de poca luz. Se acuerda muy bien Juan J. Francesch, que durante casi 30 años vivió frente a la Rotonda, encima de la panadería El Salvador. «Estaba debajo de la cúpula, a nivel del suelo, y se entraba por una pequeña puerta. Recuerdo que había una sala y más allá, detrás de una cortina, otra estancia poco iluminada para ir con la pareja», recuerda.
La Rotonda recibía la visita constante de personajes famosos. Eran habituales del lugar, en la suite 502, el actor Lex Barker y su mujer, una joven Tita Cervera cuya familia vivía no muy lejos del hotel. También menudearon el bar, hurgando en la memoria de Francesc Pérez, Rock Hudson «y el que hacía de puertorriqueño en West Side Story», el actor George Chakiris. Otros ilustres inquilinos fueron el presidente de la Damm, Fernando Coll, y el presidente «a nivel mundial» de la Metro Goldwyn Mayer; «gente de dinero que solía usar la Rotonda como lugar habitual de residencia».
El fin del glamur
En diciembre de 1976, la prensa se hacía eco del cierre del hotel y la próxima apertura de un «centro médico geriátrico-psiquiátrico» que ensayaría la modalidad de «clínica de día». A partir de ese momento, explica Juan J. Francesch, ese edificio que había dado «tanto prestigio al barrio» empezó una «lenta decadencia» hasta lo que es hoy, una finca fantasma.
El interior es un fiel reflejo del paso del tiempo, de cómo las necesidades del negocio llevaron a destruir salones de museo para convertirlos en salas para pacientes o de cómo el restaurante, la escalera noble o la cúpula se vieron invadidas por la voluntad de ganar espacio, de ser un edificio adaptado a los tiempos, nunca al revés.
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