Guinovart muere tras una vida dedicada al arte y al compromiso

EL PERIÓDICO / BARCELONA

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Josep Guinovart murió ayer a los 80 años cuando se recuperaba de un infarto que sufrió la pasada semana, poco después de la inauguración de su última exposición Cartells d'un temps, en el Museu d'Història de Catalunya (MHC). En esa exposición se refleja una de las cualidades latentes en su trayectoria personal: el compromiso con su tiempo y un indesmayable espíritu crítico.

Guinovart (Barcelona, 1927) empezó a estudiar arte en 1943 asistiendo a clases nocturnas en la Escola d'Arts y Oficis. Desde los 14 años había seguido los pasos de su padre y sus tíos, pintores de paredes. Precisamente una de sus obras más conocidas, Brocha bandera, de 1970, ejerce como un manifiesto personal, con un bote de pintura y una escalera ante las que una mano empuña una brocha gorda. A partir de 1951, Guinovart --Guino, como era conocido habitualmente en el medio artístico-- se dedicó plenamente a la pintura, al principio como artista figurativo con trabajos de ilustración de revistas y decorados teatrales. En 1953 ganó una beca del Institut Francès para estudiar cinco meses en París, donde entró en contacto con el movimiento informalista europeo y con los expresionistas abstractos norteamericanos.

MAR Y TIERRA

Muy influido por su origen --su madre era de Agramunt-- y por las experiencias de su niñez en el pueblecito leridano durante la guerra civil, Guinovart tuvo un contacto permanente y fiel con la tierra. Sus pinturas matéricas, a las que aplicaba granos de trigo en germinación y rastrojos, proceden en buena parte de sus vivencias rurales, mientras que el ilimitado repertorio de tonos de azul recuerda el mar que veía desde su casa-estudio en Castelldefels. Una foto más histórica que real le retrata bajo el Pantocrátor de Taüll junto Tàpies y Cuixart, con quienes fundó un grupo artístico de breve recorrido. Aunque de talante poco gregario, Guinovart fue un firme compañero de viaje del antifranquismo catalanista, ilustrando carteles, apoyando iniciativas y reinterpretando el Guernica con su Homenaje a Picasso de 1967, construido a partir de un humilde somier con ataduras. Combatió de la única forma que pudo la guerra, como con Retablo de Jerusalén que en el 2001 evocaba el conflicto entre israelíes y palestinos, con el tirachinas que usaban los más débiles.

Autodidacta, leyó por su cuenta y volcó en sus obras los ecos de los poemas de Miguel Hernández, con quien se sintió muy identificado, de Federico García Lorca y de Konstantinos Kavafis. Apasionado del jazz y el blues, dedicó alguna de sus pinturas al gitano de Lleida El Parrano, intérprete del garrotín autóctono. Las principales exposiciones que han divulgado su obra en los últimos años tuvieron lugar en la Pedrera de Barcelona --concebida por su gran amigo Josep Corredor-Matheos--, la Tecla Sala de L'Hospitalet y en su galería de siempre, la Joan Prats. En Barcelona, además de un mural de homenaje a la arquitectura catalana que instaló en el FAD en el año 2000, tiene dos esculturas públicas, el Homenaje al libro junto al Institut Francès y el environnement Contorn-Entorn, que fue desmontada por el ayuntamiento en el antiguo Museu d'Art Modern y que él recuperó, almacenó y restauró por su cuenta para entregarla al Poble Espanyol, donde está expuesta.

Cordial, escéptico y gran conversador, Guinovart cultivaba la nostalgia con ironía. En el texto que escribió para el catálogo de la exposición de sus carteles anteponía su memoria personal a su compromiso social evocando la "frescura" de los anuncios de La vache qui rit que veía cuando en 1953 cogía el metro en París.