Kaurismaki y su pared

RAMÓN de España

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Cuando, en cierta ocasión, le preguntaron a Aki Kaurismaki qué necesitaba para hacer una película, el cineasta finlandés respondió algo parecido a esto: "Me basta con dos personas delante de una pared. De hecho, con una persona y una pared tengo suficiente. Y ahora que lo pienso, solo con la pared ya me apaño".

Ese prodigio de austeridad, formal y de fondo, que atiende por Aki Kaurismaki es el responsable de un montón de películas magníficas que casi nadie ha visto, pues se estrenan de tapadillo (la última, Luces al atardecer, se exhibe actualmente en los Meliés) y solo cuentan con un número limitado de fieles. Son películas sobre la vida, por lo general costrosa, de unos cuantos desgraciados de esos en los que no se fijan ni los políticos ni los publicistas; gente pequeña y anónima, en busca inconsciente del amor y de la felicidad, de esa que no le importa a nadie. Son obras fatalistas y tristes que, al mismo tiempo, exhiben un sentido del humor a prueba de bomba. Son películas como las que acaba de editar en DVD la gente de Cameo y con las que uno puede pasar un magnífico fin de semana humorístico-existencialista. Hay dos packs: uno con tres películas (Sombras en el paraíso, Ariel y La chica de la fábrica de cerillas) y otro con dos (Leningrad Cowboys go America y Leningrad Cowboys meet Moses, las delirantes aventuras de la banda de rock Leningrad Cowboys, los chicos del tupé sobredimensionado y los zapatos de punta extrema que, en pleno derrumbe del bloque soviético, tuvieron las narices de actuar con los Coros del Ejército Rojo).

Mientras el segundo pack se mueve en la más completa chaladura, el primero ofrece tres historias humanas trufadas de personas y de paredes, tres estimulantes antídotos contra las sandeces que ocupan un buen número de las salas de esta ciudad. Las escribió y dirigió un finlandés gordito que vive entre su país y Portugal, al que este año no le dio la gana presentar su película a los oscars porque Bush le cae mal y que es uno de los pocos seres libres que quedan en el mundo del cine (y en el mundo en general). Alguien que seguirá haciendo películas mientras haya historias que contar y paredes que se aguanten, más o menos, de pie.