NOCHE DE RÉCORD
Messi, 767 partidos, 661 goles
Leo abrió la goleada con un monumental tanto y la cerró después la noche en que igualó el registro de Xavi
El capitán regaló, además, la asistencia a Mingueza tras un saque de esquina realizado en corto
Debutó en Montjuïc en octubre del 2004 con Rijkaard en el banquillo y Laporta, a quien se encontrará de nuevo, en el palco
Resultó monumental el gol, rozando el cielo, tal y como indicaba la gigantesca pancarta con una gran imagen de Messi y Xavi, unidos ambos por el partido 767 que les hace cohabitar, y de forma circunstancial, en la cima. Monumental también resultó el control previo de Leo, nada más recibir el pase de Busquets que lo colocaba en el balcón del área. A partir de ahí, dibujó el astro argentino un lienzo inolvidable. Una obra de arte, a la que ya no se da el valor que merece porque se ha convertido en algo rutinario. Pero lo sobrenatural, por muy habitual que sea, son ya 17 años, nunca puede mirarse con los mismos ojos.
El control previo al soberbio 1-0 de Messi ya fue un monumento de astucia e inteligencia
El control ya era en sí mismo una diminuta obra de arte porque se construyó Leo el espacio necesario para tejer un zurdazo imponente. Por su precisión, tocó caprichosamente hasta dos veces en el larguero antes de cruzar la línea de gol.
Por su envenenado efecto, parecía el balón burlarse de las leyes de la física, viajando desde fuera hasta dentro antes de detectar el rincón donde los porteros, por ágiles y rápidos que sean. Y Álvaro Fernández, el meta del Huesca, lo es. Definido con exquisita maestría el control tramó entonces un hermoso zurdazo.
Del PSG al Huesca
Hermoso porque oteó Leo el paisaje de un solitario Camp Nou mientras dibujaba en su mente un gol extraordinario. Curiosamente, también desde fuera del área, como ya hizo el pasado miércoles en el Parque de los Príncipes. Allí, ante el Paris SG, soltó un furioso zapatazo con la pierna izquierda desde la lejanía. Eran aproximadamente 35 metros.
Tenía violencia y furia aquel disparo, que batió a Keylor Navas. Nada comparable, sin embargo, al potente y endemoniado tiro con el que abatió al Huesca. No estaba tan lejos como el de la Champions. Pero la dificultad estaba en que esquivó la imaginación de la defensa oscense.
Siendo Messi podía esperarse algo así. ¿O no? Siendo Leo, tal vez, era uno de esos maravillosos goles que firmó desde que debutó el 16 de octubre del 2004 en un estadio que hace años que no alberga partidos de fútbol.
Ocurrió en la montaña olímpica de Montjuïc cuando Frank Rijkaard, que estaba iniciando el círculo virtuoso, ya con Laporta en el palco en su primera etapa, ordenó un cambio que cambiaría, y para siempre, este deporte. Era el minuto 82 del derbi con el Espanyol. Se fue Deco y entró un adolescente (tenía Leo 17 años, tres meses y 22 días) cuando arrancó a gambetear bajo el pebetero de Barcelona-92.
Del 30 al 10
Nueve de La Masia
Esa relación de diez privilegiados contiene, en realidad, todo un mensaje. Nueve (Messi, Xavi, Iniesta, Busquets, Puyol, Piqué, Valdés, Rexach y Amor) son hijos nacidos en La Masia. Solo Migueli, aquel impetuoso central ceutí, llegado del Cádiz, irrumpe en tan selecta lista viniendo desde fuera. Un mensaje que en tiempos de miseria económica como los que vive el Barça adquiere todavía más contundencia. Si no hay un euro toca mirar hacia abajo. Por convicción y por pura necesidad. Dependerá, por supuesto, de lo que diga Messi.
Solo Migueli se ha colado fuera de La Masia en la lista de los 10 jugadores con más partidos con la camiseta azulgrana
Mientras Leo se sienta en el nuevo despacho que ocupará Laporta a partir de mañana, el balón no deja de dictar sentencia. Su maravilloso gol al Huesca era el número 20 en la Liga, una cifra que ya ha repetido en las 13 últimas temporadas, algo inalcanzable para cualquier jugador terrenal. Pero se sabe desde hace lustros que Messi es un extraterrestre que se pasea por los campos con el 10 azulgrana en su espalda.
Habita en el espacio, tiene casa en las otras galaxias, y cada vez que la pelota viaja por el césped se transforma en algo irreal. Una locura. Cuando dentro de unos años, ya con Messi convertido en embajador o lo que quiere ser del Barça, se pregunte que sucedió en una inhóspita noche de marzo del 2021 (todo partido sin público es inhóspito porque se pierde el alma, la auténtica esencia del juego) se volverán a echar las manos a la cabeza, asombrados del cuadro que pintó en breves segundos sobre el marco del Camp Nou. Se la dio Busquets. Parecía un irrelevante pase. Pero se transformó en el prólogo de la tormenta messiánica. 767 partidos, 661 goles.
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