Lecciones de la derrota

El Barça post-Anfield: claves para una regeneración

El vivo debate suscitado por el desplome azulgrana en Liverpool aconseja una reflexión serena sobre el futuro del equipo

Valverde asiste en Anfield a la caída del Barça en la Champions.

Valverde asiste en Anfield a la caída del Barça en la Champions. / AFP / PAUL ELLIS

Rafael Tapounet

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La estrepitosa caída del FC Barcelona en Anfield ha abierto en el entorno azulgrana un vivo debate sobre la necesidad de hacer cambios en la plantilla, en el banquillo y hasta en los despachos del club. Más allá de la sobreactuación fruto del acaloramiento o de los intereses personales, el calibre de las reacciones sí parece aconsejar una reflexión serena acerca del futuro de la nave barcelonista y del papel que los diversos estamentos deben tener en él.    

La dirección deportiva

¿Cómo colorear el fútbol renunciando a la pelota?

No tiene demasiado sentido ponerse a hacer cábalas en torno a la conveniencia de cambiar de entrenador ni hacer listas de jugadores que deberían dirigirse a la puerta de embarque o que deberían llegar este mismo verano sin antes hacer una reflexión general sobre la dirección deportiva del FC Barcelona, hoy en manos de Pep Segura, Éric Abidal y Ramon Planes. Al fin y al cabo, son ellos quienes (se supone que) toman las decisiones sobre la composición de la plantilla y quienes tienen, por tanto, en sus manos la identidad deportiva del club.

Y aquí es donde empiezan las contradicciones. Mientras los responsables de la imagen del Barça siguen vendiendo con sus campañas y eslóganes ('La pilota ens fa més', 'We color football'…) la idea de un equipo alegre y dominador que tiene en la posesión del balón y el juego ofensivo sus principales señas de identidad, la política del área técnica en las dos últimas temporadas, especialmente desde que Segura empezó a ganar peso en el organigrama en detrimento del finalmente defenestrado Robert Fernández, ha ido en un sentido distinto. Un deriva que se expresa de forma elocuente en el fichaje de futbolistas que, como Paulinho y Arturo Vidal, destacan mucho más por su exuberante despliegue físico que por su talento a la hora de guardar la posición y asegurar el control de la pelota.

Ello ha conducido a una desnaturalización del equipo que se ha justificado a partir de la necesidad de “hacer evolucionar el modelo” y de “sumar nuevos registros”. Y que se ha agravado con decisiones algo erráticas sobre las categorías inferiores (la dirección del Barça B sacrificó la formación de jugadores en pro de un resultadismo a ultranza que ni siquiera tuvo fruto; una tendencia que en esta última temporada se ha intentado corregir) y con incorporaciones incomprensibles que solo se explican por la necesidad de parchear problemas puntuales del día a día sin contar con un proyecto deportivo de mayor alcance (¿se sabrá algún día quién puso sobre la mesa el nombre de Kevin-Prince Boateng?).

Solo a partir de una redefinición de la identidad futbolística del Barça (y aquí lo más natural sería apostar por la recuperación del manual cruyffista, aunque quizá alguien tiene una idea mejor) podrá abordarse una regeneración que permita sacar el máximo partido de los años que le quedan en activo a Leo Messi y minimizar los daños del aterrizaje cuando el rosarino falte.  

El entrenador

El reto del triplete devora a un gestor eficaz

Cuando el abismo se abre a los pies de un equipo, el entrenador se queda solo, como el caminante sobre el mar de nubes del cuadro de Friedrich. Nadie responde por él porque, al fin y al cabo, el técnico es siempre el fusible preferido de las directivas cuando se ven en apuros. Por eso, por esa situación de especial vulnerabilidad, cualquier juicio negativo sobre el papel de Ernesto Valverde en el desastre de Anfield deja un rastro de pequeña injusticia, de abuso del más débil, de matonismo oportunista. Pero esta circunstancia no puede servir tampoco como coartada exculpatoria. Cuando el equipo que tú conduces choca dos años consecutivos contra la misma piedra, quizá te corresponde asumir que algo falla en tu pilotaje.

A Valverde se le reconocen numerosos méritos, especialmente en lo relativo a la gestión del vestuario, un capítulo de enorme importancia en un contexto en el que las figuras del equipo han conquistado una cuota de poder tal vez acorde a sus logros del pasado pero impropia de su condición de futbolistas. El Txingurri llegó al Barça con la primera misión de reducir las fricciones entre técnico y jugadores, tan abundantes en la época de Luis Enrique, y cumplió. Pero, obligado a armonizar los intereses de los futbolistas con las exigencias de la directiva, se ha visto devorado por ese reto del triplete que el Barça se ha impuesto a sí mismo de manera tan obsesiva como contraproducente.

Da la impresión de que Valverde se ha puesto al servicio de las ideas de otros y ha sido incapaz de imprimir al equipo su sello personal, de imponer una idea futbolística propia. Y eso juega en su contra si de lo que se trata es de vender no un par de fichajes de postín sino un proyecto de regeneración que vaya más allá de la próxima temporada. Un escenario en el que sí encajan nombres como Ronald Koeman y Erik ten Hag, avalados no solo por su pertenencia a la hoy añorada escuela holandesa sino también por su relación con Frenkie de Jong y (aunque el fichaje de este no está cerrado) Matthijs de Ligt, dos estrellas jóvenes a partir de las que sí parece posible construir algo prometedor.  

La plantilla

Talento joven para facilitar la vida a Messi

Por todo lo explicado en los puntos anteriores, sería deseable que el diseño de la plantilla de la próxima temporada, la lista de altas y bajas, se hiciera a partir de una idea futbolística consensuada entre la dirección deportiva y el entrenador, sea quien sea. Pero hay, en cualquier caso, algunas decisiones que parecen inaplazables.

La prioridad debería ser inyectar al equipo talento joven en posiciones estratégicas que sirva para ir dando relevo a los jugadores más veteranos y para construir un ecosistema en el que Leo Messi pueda exprimir su talento sin tener que llevar el peso de todo lo que ocurre sobre el campo. En esa dirección caminan tanto el fichaje ya concretado de Frenkie de Jong como el intento de cerrar la incorporación de Matthijs de Ligt. Y debería pensarse en un perfil similar a la hora de buscar un delantero centro que dé relevo a Luis Suárez, un lateral izquierdo que haga lo propio con Jordi Alba y también un portero suplente que cubra la plaza que previsiblemente dejará vacante Jasper Cillessen.

En la puerta de salida hay un grupo de jugadores que ya casi tienen la tarjeta de embarque en el bolsillo: el citado Cillessen (que busca una merecida titularidad en un equipo importante), Thomas Vermaelen, el lesionado Rafinha y los cedidos de invierno Jeison Murillo y Kevin-Prince Boateng, que serán devueltos a sus equipos. A este contingente podrían sumarse Malcom, si llega una oferta interesante, y el joven Jean-Clair Todibo, para el que posiblemente se buscará una cesión.

Pero las decisiones verdaderamente delicadas serán las que afecten a Philippe Coutinho, Ivan Rakitic y Samuel Umtiti. El brasileño adquirió un billete de salida en las oficinas de Anfield, donde hizo un partido que lo acabó de sentenciar, pero su marcha es complicada porque el elevado coste de su fichaje obligará al club a asumir un saldo negativo de aúpa. Umtiti, con sus problemas físicos y su obstinada negativa a pasar por el quirófano, se ha convertido en un problema que tal vez solo se solucione con un traspaso.

Y luego está Rakitic. Con Valverde, su principal valedor, en la cuerda floja, el croata protagonizó un gesto suicida al dejarse fotografiar en la feria de abril de Sevilla menos de 24 horas después de caer en Liverpool. Si la directiva necesitaba un pretexto para abrirle la puerta, ahí lo tiene.