La Liga se rinde a Messi

El Benito Villamarín acabó puesto en pie coreando el nombre de Leo Messi. No hace falta decir mucho más. Tres obras de arte del 10 –un gol de falta, otro tras una sensacional combinación con Luis Suárez y un tercero en una parábola mágica (no hay otra palabra para describir ESO)- tumbaron al Betis, el único equipo que había ganado en el Camp Nou esta temporada, y dejaron a los azulgranas a 10 puntos del segundo, el Atlético de Madrid, a falta de 10 jornadas. Una distancia que pone el título de Liga a tiro y que brinda un escenario inmejorable para preparar la Champions.

El encuentro resultó bastante menos plácido de lo que el resultado parece sugerir. El Barça compareció en Heliópolis como esas botellas de champán a medio consumir que se guardan en la nevera con una cuchara en el gollete en lugar del tapón. Un mágnum que sobró tras la goleada del miércoles al Olympique de Lyon. Las burbujas, la chispa y la presión se habían perdido después del descorche, pero lo que quedaba dentro de la botella seguía siendo champán, y del bueno. Del muy bueno. Y además, como suele suceder con las bebidas esprituosas, fue mejorando a medida que se consumía.

Se habían citado el Betis y el Barça el día de San Patricio, como si hubieran sido convocados por el fantasma de Patrick O’Connell, aquel entrenador irlandés, republicano y bígamo que en 1935 les dio a los verdiblancos el único título de Liga de su historia y que dos años después, ya como míster azulgrana, se llevó al equipo a una larga gira por México para escapar de los horrores de la guerra civil. De O’Connell se cuenta que cuando en 1950 se reencontró con su hijo Daniel después de más de 25 años de separación, lo primero que hizo fue preguntarle por la marcha del Manchester United. Hoy Daniel le podría responder que le ha tocado enfrentarse al Barça, el club que él contribuyó a salvar, en los cuartos de la Champions. Y que si a los de Valverde les salen las cosas como frente al Betis, los ‘red devils’ tienen poquitas opciones.

Con el recuerdo del 3-4 de la primera vuelta bien presente, el ‘Txingurri’ creyó conveniente taparse un poco. Ausente Dembélé por lesión, dejó a Coutinho y a Malcom en el banquillo y dispuso un regreso al 4-4-2, con Arturo Vidal como cuarto centrocampista. No le sirvió para controlar el partido. La presión bética convertía en una agonía cada intento de armar una jugada y la presencia del eléctrico Tello en la banda izquierda del ataque local era un dolor de muelas constante para la defensa azulgrana.

Soberbio gol de falta

Por ahí llegaron las mejores ocasiones del Betis, que flojeaba sin embargo a la hora de sacar la pelota desde atrás. De las imprecisiones de la defensa verdiblanca vivía el Barça, y en una de esas llegó una recuperación que acabó con una falta a Arthur en el balcón del área. Las airadas quejas de la hinchada bética, más aficionada a la protesta que Pete Seeger, ya hacían intuir lo que se preparaba: lanzamiento de Messi al rincón en el que duerme la lechuza y gol.

Apretó el cuadro local tras el tanto y los de Valverde se vieron defendiendo en su área, tan desconcertados que aprovechaban cada parón del juego para reunirse y hablar entre ellos, en busca de alguna vía que les permitiera oxigenar su fútbol. La encontraron donde casi siempre, en la inagotable sociedad Messi-Suárez. Primero fue el uruguayo quien desparovechó de forma algo inexplicable un estupendo pase del rosarino. Poco después el 9 se redimió con una fantástica asistencia de tacón que Messi convirtió en su segundo gol.

Tras el descanso, el Barça pareció salió al campo más conforme con la idea de que es posible mandar en los partidos dejando la pelota al rival, y eso hizo, explotando los espacios que dejaba el Betis a su espalda y matando el encuentro con un tercer tanto que Suárez se inventó a partir de nada. Vinieron después el gol del honor de los locales, obra de Loren, y esa maravilla de Messi que puso al Villamarín en pie y que acaso debería servir para cerrar ya, a mediados de marzo, las votaciones del Balón de Oro de este año.