No hay frialdad posible ante Messi
Albert Guasch
Periodista
ALBERT GUASCH
Un jugador del Barça levantó el puño. De rabia. De liberación. De celebración. Puño al cielo. Nada de dedos recriminatorios. Messi explotó como en las grandes ocasiones. Sellaba el golazo de falta directa un pase a cuartos de la Copa, pero la gesticulación se asemejaba a una final de alto voltaje.
Cuando el crack argentino hace 'boom' en el marco contrario hay tarta y velas en el entorno barcelonista. Se rebaja la crispación, se aparcan las teorías de la conspiración, se disfruta del fútbol. El Barça superó la imponente red cosida por Valverde a lomos del tridente pero sobre todo del ingenio infinito de Messi, que descubrió otro truco de predigistador. Chuta faltas con la misma solvencia que el mejor lanzador de penaltis. Es realmente asombrosa esa efectividad.
El equipo de Luis Enrique necesitaba abrazarse de nuevo a la victoria. Y que el marcador se sincronizara con el buen juego mostrado tanto en San Mamés como en el campo del Villarreal. En ambas citas se mostró como un equipo dominante, pese a que algunos análisis resultadistas dijeran lo contrario.
Ayer, sin embargo, no jugó a un nivel superior. Posiblemente flaqueó más de lo habitual. Solo definió mejor. Mucho mejor. A veces marca el estado de ánimo un remate que se va de un palmo. O una volea golpeada plana y certera, como la de Luis Suárez. O un penalti señalado a Neymar como no se pitó en San Mamés. Son esas pequeñas cosas las que separan la angustia de la euforia.
Y no hay mayor euforizante que Messi, una máquina tan fiable que duele a los oídos escuchar que su renovación debe afrontarse con cabeza fría y sentido común, como dijo el nuevo director general, Òscar Grau.
Una afirmación impecable en clases de Esade pero tratándose del Barça y Messi provocó un escozor grave. Sonó a algo así como que no se puede renovarle a cualquier precio, que hay mucho que negociar. Y seguramente no quiso decir eso. Seguramente solo quiso decir que se trata de una operación financieramente compleja. Pero todo el mundo sabe, él también, que la directiva y el equipo dependen aún sobremanera del mejor de la historia. Resuelve una noche estresada como la de ayer agitando su varita mágica. Y así tantas y tantas. No hay frialdad posible ante Messi.
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