ROMA. Estadio Olímpico, 2009. Minuto 70

Leo Messi: "Mi mejor gol fue el cabezazo de Roma"

«Mi mejor gol fue el cabezazo de Roma» Estadio Olímpico, 2009. Minuto 70_MEDIA_1

«Mi mejor gol fue el cabezazo de Roma» Estadio Olímpico, 2009. Minuto 70_MEDIA_1

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Cuesta encontrar alguna imagen de Messi en la final de París. Estaba en Francia, pero lesionado. No jugó ni un minuto. Era cuando sus músculos, frágiles, se desgarraban a menudo, incapaces de soportar la descomunal velocidad que tenían sus piernas. «Cinco centímetros de rotura», anunciaron los médicos cuando Messi se puso a llorar en el hombro de Rijkaard después de que el Barça, con un teatro del bueno, acabara con el Chelsea de Mourinho. No, no hay apenas imágenes de un Messi enfadado por no jugar, dos meses después de aquella lesión, su primera final de Champions. En la segunda, la primera para él, quedó una imagen estelar.

Un Pulga, apenas mide 1,69 el diez del Barça, colgada del cielo de Roma para firmar un cabezazo que podría estar en la Capilla Sixtina del fútbol mundial. Centró Xavi desde la banda derecha, escoltado por Puyol, un capitán que ejercía de central llamado en aquella noche de Gladiator a ocupar el lateral para atormentar a Cristiano Ronaldo. Centra Xavi y cabecea Messi.

Un gol distinto

Ni siquiera él, poco dado a hablar de sus goles, puede resistirse a la tentación de calificarlo «como el gol más importante» de su carrera. En el 2006 ni se vio a Messi. Ni en el campo, ni fuera. Ni en la fiesta parisina casi. En el 2009, en cambio, colgado del cielo por un invisible hilo cazó un balón a la espalda de Ferdinand, un gigante burlado, y no se sabe aún cómo giró la cabeza para engañar a Van der Saar antes de aterrizar en la hierba y acabar, segundos más tarde, con una bota azul en la mano sintiéndose, como lo era entonces y ahora, el dueño del mundo. «Leo tiene un don especial. Nunca se puede dudar de él. Ahora dicen que va mal de cabeza... Algún día os sorprenderá», dijo en tono profético Guardiola cuando había susurros en torno a la estrella. Lo que no imaginaba el técnico es que hasta él, acostumbrado a convivir con el genio, quedaría asombrado.

Un hilo invisible

Se congeló Messi en el aire durante unas milésimas de segundo que parecieron eternas, sostenido por ese invisible hilo. Pero, curiosamente, ha necesitado seis años para que el autor asumiera la dimensión de tan majestuosa obra. Preguntado en la gala de la FIFA del pasado enero, poco antes de que Cristiano profiriera el grito que cambió el fútbol, afirmó: «¿Mi mejor gol? Mi mejor gol fue el que marqué al United de cabeza. ¿Por qué? Porque no suelo marcar muchos de cabeza».