LA IDA DE LOS CUARTOS DE LA COPA

Neuer también juega en el Camp Nou

La calma y precisión de Ter Stegen cautivan al Camp Nou, tranquilo con el relevo vivido en la portería, y apoya luego al desacertado Suárez

Ter Stegen controla el balón con el pie, durante la ida de la Copa del Rey ante el Atlético, en el Camp Nou

Ter Stegen controla el balón con el pie, durante la ida de la Copa del Rey ante el Atlético, en el Camp Nou / periodico

MARCOS LÓPEZ / BARCELONA

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Allí donde esté Andoni Zubizarreta, sea en Barcelona, Bilbao o en cualquier otro lugar, debió esbozar este miércoles, durante la ida de la Copa ante el Atlético (1-0), una sonrisa. Una sonrisa de complicidad y, sobre todo, de tranquilidad por el trabajo bien hecho. Eso sí que es obra suya. Otras cosas también. Pero cada vez que veía a Neuer --perdón, a Ter Stegen-- jugar a 40 metros de su portería con la frialdad de un centrocampista esbozaba una mueca de felicidad en su rostro. Como miles y miles de culés que han descubierto, y eso que juega poco (solo Champions y la Copa), a un portero que es mucho más que un portero.

Neuer --perdón, Ter Stegen-- ofreció una lección. El templo del Camp Nou no mira preocupado hacia atrás. Si acaso hay un motivo de inquietud, por muy bien que lo oculte, está en el 'nueve'. En Suárez, un delantero tremendamente querido a pesar de que ha establecido una singular enemistad con el gol. El 'uno', que son dos (Bravo, en la Liga, y Ter Stegen, en las otras competiciones) ha dejado de significar problema alguno. Ante la valiente presión del Atlético, al joven cancerbero alemán (22 años) no le temblaron las piernas en ningún momento.

Superar líneas de presión

No, no era un problema de tener manos firmes. Apenas hizo una parada y en tiro tan lejano de Arda que la pelota rodaba lentamente hacia sus guantes. Fue la única ocasión de la primera parte en que se tuvo que agachar Ter Stegen. El resto estuvo siempre de pie. Y, además, con una autoridad que traspasaba la portería del Barça hasta llegar al último rincón de la grada. Se sentía tranquila la afición culé observando la exquisita precisión en los pases, ya fuera con la pierna derecha o con la izquierda. Allí donde quería el alemán iba la pelota. Y eso que Diego Simeone adelantó mucha la línea de presión de su Atlético.

A más jugadores que le presionaban, más calmado estaba el alemán. Daba la sensación, al igual que Bravo, de tener anulado el sistema nervioso, absolutamente ajeno a la tensión que se vive en partidos tan grandes. Daba la sensación de que lleva toda la vida jugando con el Barça. Todo lo contrario que Suárez. El 'uno' está más feliz que un niño; el 'nueve', sin embargo, está hecho un flan.

Un cuerpo extraño

Siendo lo que es, un goleador de fama mundial, no acierta una. No está cómodo. Pelea, trabaja, corre como nadie, se deja el alma en cada acción, y sus gritos de frustración se escuchan hasta en Uruguay. Ter Stegen parece uno más. Suárez parece un cuerpo extraño. En cada acción del portero, y hubo muchas, mantuvo la compostura, como en una en la que se disfrazó claramente de Neuer, el meta del Bayern de Múnich, para frenar el contragolpe del Atlético rechazando el balón con un firme y, sobre todo, eficaz cabezazo. Hay porteros que paran. Y hay porteros, sin embargo, que evitan que las ocasiones sean peligrosas. Vive Neuer tan lejos de los palos que tiene pinta de ser un futbolista más; solo le diferencia el color de su camiseta. A Ter Stegen le pasa lo mismo.

Tranquilo con las manos, vestido de azul celeste, su único rasgo distintivo con respecto a los otros 10 compañeros, espectacular con los pies e inteligente, especialmente, en la lectura del juego. Si alguna duda tenía el Camp Nou con Ter Stegen, quedaron despejadas. De Suárez también duda. Pero se calla. Inteligente también el público, entendió que estaba en un momento clave cuando el uruguayo, tras un delicioso pase de Rakiticenvió un balón a las nubes. Era gol o gol. Y si es Suárez el que remata, más aún. Se desesperó entonces el exdelantero del Liverpool, torturado como anda porque no se reconoce a sí mismo. Pero entonces, el Camp Nou ofreció otra hermosa lección. Respondió de manera realmente espectacular.

Apoyo al 'nueve'

Fue algo inusual por lo espectacular y, sobre todo, por lo inesperado. A cualquier otro delantero le habrían masacrado con una lluvia de pitos; a Suárez, no. Ni mucho menos. De repente, el estadio entero (eran 62.225 personas) se puso a corear el nombre del uruguayo. Había vuelto la pelota de las nubes, seguía el partido y la gente se puso, de manera metafórica, claro, la camiseta del 9 para decirle que está con él. "Yo también habría gritado Suárez, Suárez; hay que apoyarle", dijo Josep Maria Bartomeu, el presidente.