El clásico de la Champions

El Txistu, con Sir Alex

Ferguson fue ovacionado en el restaurante madrileño entre gritos de «¡Manchester!»

DAVID TORRAS
MADRID

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De madrugada, cuando Madrid era una ciudad fantasma, el restaurante Txistu, uno de los templos merengues, escenario de tertulias y de alguna conspiración de la central lechera, estaba a reventar. Como siempre. Pero es probable que poco antes recibieran más de una llamada cancelando alguna reserva. Es lo que ocurre últimamente cuando el Barça pasa por el Bernabéu. La historia en esto también ha cambiado y, ahora, a diferencia de los viejos tiempos, al madridismo se le han quitado también las ganas de cenar.

Así que Cristiano Ronaldo, que hace un año tras el 0-2 ya suspendió una reserva de un salón entero para 40 personas, tampoco apareció esta vez. No hace falta ni que llame, que la gente del Txistu ya sabe que cuando pierde no está para nada y más después de verle correr y correr sin tocar bola, y levantar los brazos desesperado.

En medio de un ambiente poco entusiasta, con el madridismo alicaído, más allá de la una, cuando Mourinho debía estar en casa preguntándole a las paredes ¿por qué? ¿por qué?, cuando Florentino debía tener los ojos como platos, con la pesadilla del Barça martilleándole mientras contaba los millones tirados por la ventana, cuando Valdano quizá releía a Cortázar con una media sonrisa pensando en su amigo Mou, cuando Ronaldo tal vez se puso a hacer abdominales para intentar ganar a Messi en algo, ahora que ya sabe que volverá a quedarse sin Balón de Oro, de repente, un animado murmullo empezó a recorrer el comedor. Algunos se levantaron y empezaron a fotografiar a esa rostro de piel rosada, que atravesaba la sala, sonriente, pero ligeramente sorprendido por la situación. Un aficionado se acercó y le puso una bufanda del Madrid sobre el cuello que él se quitó inmediatamente, sin tiempo para que nadie pudiera tomar una fotografía, una imagen que más de uno pagaría por dar en portada.

Y entonces, esporádicamente, empezó a escucharse un grito. Era el nombre de un equipo, repetido con fervor. No, no era del Madrid. Tampoco el de un club español. Era el equipo que ese rostro sonrosado dirige desde hace 24 años. "Manchester, Manchester, Manchester", repetían. Y, con ese grito, con ese gesto de capitulación, con la única esperanza que le queda para aliviar sus penas, con ese gesto que una vez más desmonta la hipocresía de los sentimientos patrióticos, Sir Alex Ferguson se fue a dormir. El madridismo, que también se ha quedado sin el recurso de Rául, necesita más a quien les restregó su pasado franquista que a Mourinho. ¿Por qué? ¿por qué?