EL BALÓN DE ORO AZULGRANA

Messi «Nervios solo pasé el día de la prueba con el Barça»

El ganador del 2009 rememora su llegada desde el campo donde empezó una apoteósica carrera

Matías, Leo, Rodrigo y María Sol Messi posan con el Balón de Oro del 2009.

Matías, Leo, Rodrigo y María Sol Messi posan con el Balón de Oro del 2009.

JOAN DOMÈNECH
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

cincuenta y ocho goles en 54 partidos jugados en el 2010 son números merecedores del Balón de Oro. Pero si Leo Messi no lo alza por segundo año consecutivo, no habrá hecho más que realzar el mérito del compañero que lo gane, porque habrá superado al mejor futbolista del mundo. El único que puede ascender al olimpo donde moran Pelé, Alfredo di Stéfano, Johan Cruyff y Diego Armando Maradona.

No necesita Lionel Andrés Messi (Rosario, Santa Fe, 24 de junio de 1987) la pelota que hoy entrega la FIFA para refrendar su estatus de número uno. Nadie se lo discute -ni siquiera Xavi e Iniesta, rivales hoy por primera vez- excepto un irreductible sector de la prensa madrileña, y por partidismo con Cristiano Ronaldo. A Messi solo le ha faltado este año la guinda de desempeñar un gran papel con Argentina. Le echaron encima el peso de la selección (y del país). Nadie le acompañó a soportar semejante lastre y se fue del Mundial sin un gol y eliminado en cuartos de final. Ese es el único factor que le puede apartar del triunfo.

Las escaleras del éxito

Argentina es su país, en Rosario germinaron sus raíces y su hogar está Barcelona. Desde que tenía 13 años y subía por primera vez las escaleras de acceso al campo adjunto al Miniestadi la tarde del 18 de septiembre del año 2000.«Nervios solo pasé el día de la prueba con el Barça», asegura Messi cuando asciende de nuevo los peldaños para rememorar sus inicios con EL PERIÓDICO. Cuando ya ha disputado decenas de partidos decisivos y él siempre brilló.

«Todo era nuevo para mí. Entré en el vestuario, que me parecía muy grande, y ahí tenía la ropa preparada y estaban los chicos con los que iba a entrenar», cuenta Messi tras el entrenamiento del viernes. Vestido con un chándal, luciendo una barba necesitada de un rasurado -«me afeitaré antes de ir a la gala»- y botando un balón con el que jugaron (y firmaron) Xavi e Iniesta para que consten los nombres de los ganadores del 2010. El nombre del Barça.

Dos semanas estuvo entrenando hasta que el último día se programó un partidillo entre dos equipos formados por jugadores del cadete y alguno juvenil. La célebre tarde en la que Carles Rexach, tras regresar de los Juegos Olímpicos de Sydney, debía examinar al maravilloso niño argentino que había volado desde Rosario para aprobar su fichaje.

La palabra y la firma

Media vuelta al campo necesitó Rexach para quedar convencido. Indiferente a los aparentes inconvenientes que podía suscitar ese fichaje: por la edad de Messi, por la escasa envergadura que tenía (1,48 m. medía por entonces) y el coste que podía suponer su manutención y el tratamiento médico hormonal para facilitar su crecimiento, alrededor de 900 euros mensuales. En un club convulso, preocupado por la marcha del primer equipo, la palabra de Charly y su firma estampada en una servilleta de papel tranquilizaron a Jorge Messi, el padre, y comprometieron al Barça a la mejor inversión e la historia.«No hacía falta ser un genio para ver lo bueno que era»,sostiene Rexach, sin arrogarse el mérito de hallar el tesoro del siglo XXI.

El mérito ha sido de Messi. Acabada la prueba volvió a Argentina y regresó a Barcelona en enero del 2001. Tuvo que esperar un mes para que le concedieran el tránsfer -la burocracia federativa también retrasó su debut en la Liga- y luego acumuló dos más de convalecencia tras sufrir una fractura de peroné en su segundo partido. Debutó contra el Amposta (un gol) y se lesionó frente al Tortosa. Cuando recibió el alta, volvió a lesionarse. Dos partidos en seis meses apenas jugó. Acabada la temporada, la familia se replanteó la estancia en Barcelona.«Yo me quiero quedar, mi sueño es triunfar acá»,contestó a su padre cuando le sugirió un honroso regreso a casa.

Y se quedó. En el campo de hierba artificial que ahora ha quedado seccionado por las obras de la línea 9 del metro se vieron sus primeros goles con el infantil A y luego con un cadete imbatible.«Mi primer entrenador fue Xavi Llorens. Jugué con Piqué, Cesc, Marc Valiente, Víctor Vázquez...»,recuerda Messi. Sonríe al evocar que en ese campo desde donde se otea el Camp Nou, algún técnico le sentaba en el banquillo«porque era muy chiquito». «No hace falta decir nombres, aquello pasó», añade el delantero, bondadoso de espíritu, relajado y feliz con su carrera. A sus 23 años atesora 4 Ligas, 2 Copas de Europa y un Mundial de clubs, además de un Balón de Oro y un FIFA World Player, los trofeos que hoy se funden en Zúrich.

Goles de niño

También eschiquitoahora, comparado con losarmariosante los que se enfrenta, pero su estatura no supone, ni mucho menos, ningún inconveniente. Marca los mismos goles que cuando era un niño. Los vídeos de su etapa en el cadete o en el juvenil fueron un simple avance de las imágenes que suelen verse hoy en día. Sus gestas se han repetido en la élite del fútbol mundial.

A los 16 años ya debutó con el primer equipo. Fue el 16 de noviembre del 2003, ante el Oporto de un, todavía, modesto José Mourinho. Aquella temporada jugó en el juvenil B, el A, el Barça amateur y el Barça B, y regresó al juvenil B para ayudarlo a ser campeón. En octubre del 2004 se estrenó en la Liga ante el Espanyol y aquella misma temporada, tras conquistar el Mundial sub-20 con Argentina, logró su primer gol.

Pisa la artificial alfombra del campo donde superó la prueba -«acá ya no juega nadie, ¿no?,pregunta, consciente de que se ha hecho mayor- y evoca de nuevo sus sentimientos cuando desciende las escaleras que conducen a las entrañas del Miniestadi. Mira hacia abajo, donde empezó todo. Donde está aquel vestuario que le pareció«de lujo» y se sintió«nervioso»por primera y última vez.