crónica

'Visions de la Mediterrània' desplegó brillantes actuaciones individuales

Los artistas que participaron en el espectáculo Visions de la Mediterrània, juntos en el escenario.

Los artistas que participaron en el espectáculo Visions de la Mediterrània, juntos en el escenario.

JORDI BIANCIOTTO
SANT FELIU DE GUÍXOLS

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Fue una noche de proclamas a favor de la armonía intercultural, amenazas de lluvia no consumadas, relieve institucional y muchas canciones sembradas en las orillas del Mare Nostrum, «de Israel a Poble Sec», como apuntó Serrat. Seis voces con carisma que acotaron sus espacios de expresión con la complicidad de un gurú de las maniobras orquestales, Joan Albert Amargós, que se las apañó para vestir repertorios catalanes, italianos, griegos e israelíes con atrevimiento y cohesión.

El Festival de Porta Ferrada vivió su noche más singular, en honor al centenario de la Costa Brava, con unas frondosas Visions de la Mediterrània. El espectáculo se asentó más en los monólogos que en los diálogos: apenas hubo dúos, sino brillantes registros individuales. Puestos a ponerle algunos peros, se echó en falta una representación del mundo árabe, conveniente para completar el relato mediterráneo. Las complicidades institucionales cuajaron: ahí estuvieron el presidente de la Generalitat, José Montilla, los consellers Joan Manuel Tresserras y Montserrat Tura; el alcalde de Sant Feliu, Pere Albó, y la baronesa Thyssen.

PROCLAMAS DE PAZ / Quizá la parcela árabe podamos atribuirla a Maria del Mar Bonet, mallorquina con vínculos con Túnez y Siria, que abrió el concierto con Merhaba. Voz panorámica y dominio del terreno en su apertura de ese concierto ambicioso y de molde rígido. Brilló en los pliegues líricos de La dama d’Aragó y rebajó la tensión en la helénica Per Hipòcrates tras proclamar su deseo de paz en este mar agitado por «conflictos que tenemos no muy lejos».

Savina Yannatou también lució voz y registros; agudos y un poco malabares en piezas de la colonia griega de Esmirna (Turquía) de hace un siglo. Y Gino Paoli trajo melancolía estival con Senza fine (ligada para siempre al filme Qué ocurrió entre tu padre y mi madre, de Billy Wilder) y Sapore di sale, testigo impasible de envelats y verbenas marineras allá en el verano del 63 (y los que le siguieron). Su voz estuvo disminuida, pero reencontrarle tras casi tres décadas de ausencia tuvo algo emocionante.

Su temple otoñal fue compensado por ese alien llamado Franca Masu: catalana de Cerdeña, dotada de una sensibilidad emotiva propia del fado, tendente al derroche vocal y con hilo directo con la misteriosa tradición algueresa. Aunque, para pirotecnia interpretativa, la de Noa. Comenzó cantando en hebreo, pero se pasó al inglés, lengua de escasa mediterraneidad (excepto si aceptamos Malta y Gibraltar como animales de compañía) en un Glitter and be gay que dedicó a Leonard Bernstein.

Y, por fin, Serrat. Con Enric Miralles al piano y entrando en materia con Cançó de matinada. El dúo con Noa en Es caprichoso el azar estaba cantado y, con ropajes orquestales, tuvo, precisamente, un aire bernsteiniano digno de West side story. El cantautor apuntó hacia la ecológica Pare y remató el concierto con Mediterráneo. Punto y final, y un rumor sordo en platea y gradas reclamando un bis que no llegó. Las Visions de la Mediterránia reflejaron, después de todo, el destino de este puzle de culturas que comparte afectos pero mantiene las formas y las distancias.