REFLEXIONES SOBRE LA PROFESIÓN DE ESCRITOR
Josep Maria Espinàs defiende la escritura como un oficio
Ironiza a cuenta del "exceso de pretensiones" del mundo literario
A alguien que ha publicado 82 libros en 81 años --los cumple hoy-- y aun así se le regatea a veces la condición de escritor, le puede dar por reivindicarse como tal y despedirse con un epitafio y un apunte de su propia necrológica. Y de paso, enviar unos cuantos viajes a los mandarines de un mundo literario que menosprecia la literatura de consumo, padece de un "exceso de pretensión" y es proclive a la "suficiencia y verbosidad afectada". Es lo que ha hecho en El meu ofici (La Campana) Josep Maria Espinàs. Sostiene que es ante todo "un autorretrato" y que las "observaciones, no críticas" dirigidas a sus colegas tienen un tono "más irónico que mordaz". Una distinción que parece más bien una cuestión de estilo.
A Espinàs, una vez publicado el libro, hay dos cosas que le preocupan. Que su insistente reivindicación de la discreción y la humildad pueda ser entendida como una hipócrita "falsa modestia" y que pueda parecer un anciano "amargado y envidioso" cuando asegura que con los años cada vez lo relativiza más todo. La verdad es que más de la mitad de sus páginas están dedicadas a defender que en en los juegos olímpicos de la literatura ha de haber espacio para velocistas, fondistas y saltadores de altura. Y a explicar sus rutinas de trabajo, sus trucos de artesano, sus manías y sus criterios. Pero también es cierto que la lista de reproches es larga.
Crítica dogmática
Sentado en el sillón de su casa, los reconoce a regañadientes. Los hay para la crítica literaria: "Hay un exceso de doctrina. Se vierten en las críticas las reflexiones teóricas que deberían poder publicarse en las revistas literarias que no existen". Los hay para una "burocracia cultural" por la que no se siente maltratado. "Es que no he tenido tratos". Para un mundo literario del que se siente "cómodamente distanciado". Para los escritores "con una falta de conexión con el mundo enorme" y que no son conscientes de que la literatura, como dijo Pla, "es un entretenimiento para cuatro gatos".
En el libro confiesa, además, su "irritación" hacia todo escritor que se considere "abnegado" y que crea que con su trabajo defiende una literatura y una lengua. Reivindica la escritura ligera: "La escritura pesada puede hacer creer que el escritor tiene alguna cosa importante en la cabeza, de una complejidad no apta para todo el mundo, pero a veces es una afectación autocomplaciente, y otras veces --quizá más-- es el resultado del conocimiento defectuoso del oficio de explicarse".
En resumen: "El escritor ya no es un elegido, un inspirado, sino un hombre de oficio. Un técnico que no se encastilla en ninguna aristocracia sino que, precisamente, desea que sus productos lleguen a los demás". Espinàs dice que en el Inem lo registraron como "técnico de primera clase", y que le pareció bien.
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