En los próximos 45 años
Alberto Guijarro

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Codirector del Primavera Sound

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Los festivales pensarán más en la ciudad

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Cada otoño, la industria musical se ve las caras a cubierto cuando arranca la temporada de conferencias del sector. Allí se acostumbran a formar debates improvisados y no tan improvisados que este año tienen un 'trending topic' común: el futuro de los festivales. Una conversación recurrente que, si se piensa bien, es hasta cierto punto sorprendente. ¿O es que el futuro no nos ha alcanzado siempre, puntual, desde que el mundo es mundo? ¿Acaso es este futuro que tenemos delante un futuro diferente?

Sea como sea eso que está por venir, hay otro runrún creciente en la industria que me hace pensar que, en ese futuro que aguarda a la vuelta de la esquina, los festivales cumplirán una función esencial, un papel casi romántico. Ahora que se publica tanta música como para que algunas plataformas de 'streaming' estén al borde del colapso (es simple y llanamente una cuestión de espacio: en Spotify o Deezer no caben infinitas canciones), conviene tener cerca a tu festival de confianza.

Contra esa masa musical indistinguible a la que uno se enfrenta hoy cuando busca qué escuchar, nada como ponerse en manos de una selección artística hecha con mimo. Si los festivales pre-internet cumplían un imprescindible cometido prescriptor por los pocos medios que teníamos para descubrir nuevas bandas, los festivales del mañana lo seguirán cumpliendo justo por el motivo opuesto: tenemos demasiada música a nuestro alcance. El futuro del sector pasa, por lo tanto, por la diferenciación y la identidad propia como alternativa al algoritmo.

En ese sentido, si hablamos de lo que mejor conocemos, una sede como Barcelona es definitivamente jugar con ventaja también de cara al futuro. La ciudad que nos acoge desde hace más de dos décadas, la que lleva tantos años demostrando que es la anfitriona perfecta para grandes eventos culturales, lleva implícita esa singularidad que en adelante será un valor añadido más esencial que nunca.

Una relación festival-ciudad en la que por supuesto hay que buscar la simbiosis. Es decir, hay que ser capaces de devolverle un impacto positivo a nuestro entorno. El famoso 'retorno', que sin duda va muchísimo más allá de lo económico. También es reconocimiento, sentido de pertenencia. Ser sede de un festival te pone en el mapa.

Quiero creer que, a miles de kilómetros de aquí, hay quien se ha aprendido las coordenadas de Barcelona desde que sabe de festivales como Primavera Sound. Y también quiero creer que aquí, en la relación kilómetro cero con la ciudad, nuestro festival juega un rol valioso en nuestro tejido cultural durante todo el año, trabajando codo con codo con salas, promotores locales y demás agentes culturales cuya labor también será necesaria en ese futuro del que tanto se habla.

Pensar a lo grande

Si en cuestiones puramente musicales urge ir al detalle, pensar en 'micro' y no en 'macro' como remedio a la saturación, en todo lo que rodea a la música es momento de pensar a lo grande. Nuestras preocupaciones acerca del futuro no deben (¡no pueden!) ser muy diferentes a las de cualquiera que habite este mundo en estado de emergencia. Claro que un festival es en muchos aspectos una bonita realidad paralela, pero estos eventos no pueden vivir de espaldas a un contexto que también es suyo. Por eso, nuestro compromiso con nuestros barrios, con la igualdad de género o la sostenibilidad tiene que ser proactivo si pretendemos que ese futuro nos alcance: el mínimo ya no es suficiente. Y si colaboramos a salvaguardar el futuro, los festivales estarán salvaguardados también.

¿Que por qué estoy tan seguro? Porque han estado aquí siempre. Desde el siglo VI a.C., cuando los Juegos Píticos, antecedente de los Juegos Olímpicos en la Antigua Grecia, celebraron un día de concursos musicales. En realidad la película no ha cambiado tanto desde entonces, por mucha era digital que vivamos: la música a un lado y el público al otro, retroalimentándose. Todos lo hemos comprobado alguna vez cuando en un festival, entre decenas de miles de personas, la red móvil te deja tirado durante un rato. Pierdes a tus amigos, te pierdes tú, pierdes la conexión. Pero esa otra conexión, la de ponerte delante de un escenario a descubrir tu nueva banda favorita entre desconocidos que, a decir verdad, no lo son tanto, todavía sigue siendo imposible perderla más de 20 siglos después.