TRAS LOS ATENTADOS DE PARÍS

La comunidad islámica catalana, atrapada entre la xenofobia y el temor al yihadismo

Los colectivos musulmanes temen la hostilidad de sus vecinos y les intimidan los radicales y el riesgo que corren sus hijos, a menudo sin trabajo ni arraigo

EVA MELÚS / VILADECANS

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Los atentados de París han desencadenado en los miembros de la comunidad islámica un patrón de reacción muy parecido: la voluntad de pasar desapercibidos. Por un lado, temen la hostilidad de sus vecinos. Y por otro, les intimidan los radicales y el riesgo que corren sus hijos, a menudo sin trabajo ni arraigo, a sumarse a la barbarie. También coinciden en que los terroristas intentan enfrentar al mundo árabe y Occidente para captar más carne de cañón.

El barrio Sales de Viladecans fue uno de los primeros enclaves de recepción de inmigrantes magrebís en Catalunya, principalmente procedentes de Marruecos. Muchos de sus vecinos son de segunda y tercera generación, descendientes de los que llegaron en la década de los 70 para trabajar en unos extensos huertos colindantes que ya no existen. Su lugar ha sido ocupado por un gran centro comercial, altos edificios y el Parc Aeroespacial i de Mobilitat. Por eso, la estadística oficial, que apunta a un 90% de población española en el barrio, parece contrastar con la gran cantidad de mujeres cubiertas con el 'hiyab' (velo que cubre la cabeza), carnicerías 'halal' o los bares donde se hace notar la clientela del colectivo. Al Nour de la Cultura Islámica, un luminoso centro de encuentro de referencia, es frecuentado incluso por los jugadores musulmanes del Barça, que viven en zonas acomodadas de Gavà.

ESCUPITAJOS EN EL AUTOBÚS

Parece una buena muestra donde testar las sensaciones y opiniones del colectivo musulmán en Catalunya, pero no es fácil. «Lo que ha pasado es muy triste, pero no queremos hablar de terrorismo», repiten una y otra vez los vecinos a quienes se les pregunta por la calle. «No sabes quién puedes tener al lado y cómo puede interpretar lo que digas», nos explica el cliente de un bar, reconociendo abiertamente su temor. ¿Fotos para un reportaje? «No, no, no», contesta un chico joven moviendo ostensiblemente la cabeza sin parar de sonreír.

Es un momento sensible y es mejor pasar lo más desapercibido posible, tanto de cara a los radicales musulmanes como a los españoles que estigmatizan a todo el colectivo tras lo ocurrido en París. «El otro día, una chica árabe me dijo que un hombre español le había escupido en el autobús, porque la vio con un velo», relata Zacariat Boumazzough, de 28 años, propietario de un locutorio junto a la plaza de La Diversitat. «Lo que está pasando en Siria o en París es política, no tiene nada que ver con los musulmanes ni con la religión, pero seguramente nos afectará a todos, porque hay gente que cree todo lo que ve en televisión», añade.

Jossam Asfra, un sirio cristiano de 39 años que regenta otro comercio cercano, también insiste en que parte de la opinión pública española no ha entendido el alcance ni el polvorín actual que es hoy su país ni el terrorismo. «No hay conflicto religioso con Occidente. ¿Qué hace un francés o un inglés pidiendo la libertad para Siria? Son simplemente mercenarios. Siria fue un país de acogida para libios, armenios, palestinos y para muchos otros. Los albergamos en casas, con hospitalidad -subraya Asfra-. Ahora estamos pagando los pecados de otros». A su juicio, Siria se encuentra en una zona estratégica y está viviendo muchos ajustes de cuentas entre países. «Y sobre los bombardeos de Francia no sé qué pensar, porque hace un tiempo fuimos una colonia francesa», añade. «Ya se sabe que Hollande se presenta pronto a la reelección», ironiza.

"CADA MUERTE ES LA DE TODOS"

«Cada muerte es la muerte de todos», afirma Fátima El Hihi, una joven estudiante de trabajo social que nos ha acompañado en el periplo por el barrio, a menudo haciendo las veces de traductora. El Hihi, que está muy afectada tanto por los atentados como por la respuesta francesa, no lleva velo, pero recita con respeto algunos de los preceptos del islam que nos han repetido otros musulmanes sobre la prohibición de matar. Ella pertenece a la tercera generación de emigrantes en el barrio. A su abuelo, Abdellah, se le conoce como El Español, por sus ojos azules y porque cuando llegó a Viladecans en 1989 desde Nador, muy cerca de Melilla, ya hablaba castellano. «Me interesa mucho el tema de la integración, que es muy complejo. Mi abuelo, que ahora pasa la mayor parte del tiempo en Marruecos, es 'El Español' para muchos marroquís, pero siempre será alguien que viene de fuera para los de aquí», considera El Hihi. Y añade: «Las etiquetas siempre son injustas. Todos somos diferentes y, además, quien emigra también evoluciona de diferente manera».