La gota que colmó el vaso

Los senegaleses de Salou denuncian que padecen racismo cotidiano durante la manifestación por la muerte de su compatriota

Ibrahim Sylla (con camisa estampada), hermano del fallecido, frena a un compatriota airado, durante la manifestación en Salou.

Ibrahim Sylla (con camisa estampada), hermano del fallecido, frena a un compatriota airado, durante la manifestación en Salou. / EFE / JAUME SELLART

SÍLVIA BERBÍS
SALOU

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«Aquí no vives feliz, hay mucha presión, especialmente en Salou», dice Ndella Diouf, representante de la Asociación de Senegaleses de Reus. Acaba de dejar el micro con el que se ha dirigido a los 300 compatriotas que han desfilado por el centro del municipio para exigir «justicia». Justicia para su compañero muerto durante la intervención policial del martes, Mor Sylla, y para toda la comunidad. «Lo de Mor ha sido la gota que ha colmado el vaso; hay un enfado de base hacia tantos problemas y multas; nosotros solo vendemos ropa para llevar, ropa que se fabrica en Europa, en países como Italia o Grecia, y solo queremos que nos dejen en paz, estamos cansados», explica.

Cansados de lo que consideran, puramente, racismo. Y pone ejemplos que han acabado haciendo mella: «En otros países, el pasaporte sirve para cruzar una frontera, aquí nos lo piden para hacer un trámite en el INEM, en el bus nos piden que enseñemos el bolso, en el tren nos preguntan adónde vamos… Pero seguimos aquí, con la poca dignidad que nos queda». Eso sí, cada vez son menos. El número de senegaleses censados en Salou se disparó entre el 2002 y el 2008, y después de dos años de estabilización, empezó a descender en el 2010, de casi 1.600 empadronados a los 1.191 actuales. «Es que salen de casa para vender y antes de llegar a la estación ya les han parado los Mossos», apunta Theirno Diop, mediador de la Asociación Colectivo Senegalés de Tarragona.

«Somos gente pacífica»

Mientras se manifiestan, va creciendo la exaltación. Saltan discusiones entre quienes son conscientes de que tienen la oportunidad de corregir la imagen de violencia que rompió su fama de pacíficos el martes, y aquellos que quieren dar rienda suelta a su indignación. Las pancartas evidencian esa doble postura. Algunas, lacónicas, reclaman «justicia». Otras van más allá: «Stop al racismo» o «Stop killing senegales people». Por ello, cuando el cliente de un bar suelta un insulto racista al paso de la manifestación, se dispara la tensión. Por un momento, saltan de nuevo las sillas por los aires. El propietario del establecimiento, Carlos Poley, no puede creer lo que acaba de pasar: «Este cliente es estúpido, ¿cómo se le ocurre provocar? Me parece una reacción lógica la que han tenido», señala después de que el hermano de Mor, Ibrahim, corte de raíz todo conato de revuelta. «No vendemos drogas ni somos mafiosos y tenéis que saber que lo que ocurrió el martes fue doloroso, una actuación no controlada, pero somos gente pacífica», subraya.

Una espontánea, en plena manifestación, Margarita Montull, aborda a la periodista: «No hay derecho a que les traten de esta forma, aquí hay cabida para todo el mundo», sostiene. «Desde que en 1984 llegó el primer senegalés, siempre ha habido entendimiento y tiene que seguir así, sobre todo tenemos que hablar», reclama el jefe de la policía local al acabar la manifestación. «En Salou hay más de 100 nacionalidades y la senegalesa es la más importante, por ello debe regresar la paz social, porque pueden discrepar, pero no se puede romper la convivencia», advierte el alcalde, Pere Granados. El edil alaba la política contra la venta ilegal desplegada en su municipio, pero los senegaleses quieren otra actitud. «Siempre hemos sido gente tranquila, pero sentimos desprecio y ahora a los jóvenes ya no les para nadie», alerta Ndella.