TRAGEDIA AÉREA

Silencio, se vuela

24 horas después 8 Un grupo de alemanes a punto de embarcar en un vuelo de Germanwings a Hannover se despiden de un conocido, ayer.

24 horas después 8 Un grupo de alemanes a punto de embarcar en un vuelo de Germanwings a Hannover se despiden de un conocido, ayer.

MAYKA NAVARRO / EL PRAT

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Era necesario aferrarse ciegamente a la teoría de las probabilidades para subirse al avión de Germanwings que ayer despegó del aeropuerto de El Prat para realizar el mismo trayecto que el siniestrado 24 horas antes, con 150 muertos. «Si un avión se cae el martes, es improbable que se caiga el miércoles». La frase no es ninguna tontería y le sirvió a Regine Hartmann, una alemana residente en Sant Cugat desde hace más de 30 años, para no cancelar el vuelo que ayer la trasladó hasta Hannover para estar con sus hijos.

Como el resto de viajeros de los diferentes vuelos de Germanwings que despegaron de Barcelona a aeropuertos alemanes, la mujer tenía miedo. Mucho miedo. Y aunque no se le notaba, porque avanzaba con parsimonia e incluso sonriendo en la cola de espera para facturar su gran maleta para tres semanas, no le importaba reconocerlo. «Quiero no pensar en las imágenes del avión pulverizado en los Alpes. Pero es inevitable. Para mí lo peor ahora mismo es que no saben qué ha podido pasar. Eso me intranquiliza mucho. Pero subiré a ese avión. El miedo no te puede paralizar. Mis hijos no me lo perdonarían. Y yo tampoco».

La compañía no facilitó el dato de cuántos pasajeros pudieron cancelar su vuelo por culpa del miedo tras el accidente. Pero el GWI-9441 que cubre a diario la ruta Barcelona-Düsseldorf a las 9.20 horas de la mañana no despegó vacío. Eso sí, los responsables le cambiaron el código del vuelo y eliminaron para siempre el GWI-9525. Una combinación de letras y números asociada para siempre al dolor y la tragedia.

El pasaje de ese vuelo avanzaba en la cola frente a los mostradores B7 y B8 de la terminal 2 de El Prat con pasos muy cortos, como esperando que en cualquier momento un responsable del personal de tierra anunciara a gritos que se cancelaba. La mayoría lo llevaba escrito en el rostro. Y algunos incluso lo verbalizaron. «Estaba deseando que cerraran el vuelo para poder irme a mi casa. Ahora, a ser fuerte, aguantar y subir a ese avión», explicó Javier Madina, casi en la puerta de embarque. Este empresario volaba a la feria de Düsseldorf, un viaje que puede llegar a hacer hasta tres veces en una semana. Por eso prefirió el martes «no ver la televisión, ni pensar demasiado en lo que había pasado».

Pero era inevitable pensar y sonreír con complicidad a los trabajadores de la compañía que les atendían en los mostradores de facturación y que reconocieron que la jornada no estaba siendo nada fácil para ellos. Por esos mismos mostradores, trazando con sus carros de maletas una cola muy similar a la de ayer, pero despreocupados y felices, solo 24 horas antes habían facturado los 142 pasajeros que tras abandonar el espacio aéreo español murieron en los Alpes franceses. Seguramente recordaban todavía sus caras. Anécdotas, palabras.

Sophie le temblaban las manos y hasta las piernas. Volaba por placer, para visitar a unos familiares, pero mostraba su billete incapaz de dejar de mover con nerviosismo la hoja de papel. «¿Miedo? Más que miedo. Me estoy poniendo enferma. Pero mis hijos me han asegurado que este ya no se va a caer, y tengo que subir a ese avión». ¿Y qué iba a hacer? «Cerrar los ojos muy fuerte e intentar ni mirar, ni pensar».

Montse Ferrer se planteó incluso volar a otro aeropuerto y trasladarse después a Düsseldorf por carretera, pero finalmente también subió al avión. «¿Qué se le va a hacer?». Gemma Marsal reconoció que sentía una sensación «extraña» al embarcar en el mismo vuelo que el accidentado. «Es tan reciente, ¿verdad?».

Poco a poco la terminal 2 de El Prat intentó recuperar la normalidad tras 24 horas reconvertida en punto de encuentro del dolor de los familiares. Pese al trajín de los nuevos vuelos, el ir y venir de pasajeros arrastrando los carros con sus maletas e historias, todavía eran visibles las secuelas de la desgracia.

Barcelona había despertado desangelada, fría y lluviosa. Como el ánimo de los trabajadores de la terminal. Hubo tanta tristeza acumulada en tan poco espacio ese martes negro que a los que viajaban ayer les costaba demostrar que eran felices y disimulaban su alegría en un silencio respetuoso con los muertos. Entonces el aeropuerto que siempre es un lugar de felices reencuentros, tristes despedidas y arranque de apasionantes aventuras se transformó en escenario mudo de sentimientos.

Saludos de cortesía

De eso saben también los controladores. Hasta cinco entablaron conversación con los pilotos del avión durante la maniobra de despegue y antes de entrar en el espacio aéreo francés. «Es cortesía entre controladores y pilotos saludarse con un 'Buenos días'. Despedirse con un 'Buen vuelo'. O cerrar la conversación con un 'Hasta la vuelta'». Lo recordaba Helena Moreno, controladora en Barcelona y que en las últimas horas habló con los compañeros que asistieron a la aeronave siniestrada. «A todos ellos se les ha facilitado asistencia psicológica». Como mínimo uno no fue a trabajar porque no se encontraba con fuerzas y otros tantos aceptaron la ayuda para descargar esa mochila de responsabilidad tras un accidente de tanta envergadura.

Pero la rutina de la vida puede con la tristeza y poco a poco, el paso de los carros con maletas por la terminal fue borrando las huellas de la tragedia.