El atronador estruendo de una plaza en silencio

Los fieles contemplan al Papa en la pantalla de la plaza de toros de la Monumental, ayer.

Los fieles contemplan al Papa en la pantalla de la plaza de toros de la Monumental, ayer.

JOAN Barril

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En los días previos a la llegada del Papa, alguien comparó su visita con el paso del Tour de France. No sé si las cuentas les han salido bien, pero en velocidad la comparación fue acertada. La calle de la Diputació fue un verdaderopapádromo. También en el Tour los aficionados pasan la noche en las cunetas para ver a sus ídolos. Es un instante, pero compensa. Lo mismo pensó el responsable de seguridad papal cuando puso la directa del Mercedes para que los fieles entrevieran una sombra roja en su pecera. Un instante irrepetible que se dilatará cada vez que lo recuerden.

Tampoco olvidarán el día los 3.000 mossos que se pasaron horas mirando a una acera vacía.Carmen Roche, una lectora que vive junto al restaurante Gorría me aborda: «Ayer me robaron el bolso y no había ningún policía. Claro, todos estaban aquí». Lo dijo monseñorMartínez Sistach, el gran triunfador de la jornada, cuando recordó que «la seguridad es el dogma de los tiempos presentes». Y la primera norma de la seguridad papal debe ser la velocidad, aunque cause decepciones de cristianos que piden más. Llegó la rauda comitiva a Diputació-Marina para enfilar la recta al templo. En el cruce los balcones tenían la palabra, y no precisamente de bienvenida.Papanatas, Condoms Save Lives, La verdad os hará libres, la mentira os hará creyentes. En un ático, un hombre desnudo se exhibía al paso delPapa. En la entrada del metro, un chico de cabellos lacios y pendiente repartía el antídoto a tanto antipapismo: montones del periódicoLa Razón. Otro, con rastas y camiseta de cannabis, le dice: «Colega, que hay maneras más dignas de ganarse la vida». Y se va a la Monumental, que es donde hay ambiente.

En el albero del coso condenado a muerte por el Parlament ya no se huele a estiércol y sangre. Llega elPapaa la pantalla y la plaza es una iglesia. Es atronador el estruendo de una plaza en silencio. Las imágenes ofrecen un primer plano de un Cristo y la Monumental aplaude a rabiar. Algunos llevan los colores vaticanos en la mejilla. Son las ganas de estar juntos y de sentirse muchos más de lo que hoy se dirá. En tiempos de televisión, la presencia cansa. Unas chicas vestidas con anorak azul dan el orden necesario entre las emociones. Hay gente que llega a la plaza y, con gesto torero, se arrodilla un instante como lo haría sobre el mármol de San Pedro. Un camión desembarca a unos 30 sacerdotes como brigada de comunión inmediata. Después, la plaza se vacía y elPapavuelve rápidamente a la meta de su carrera. Misión cumplida. Pero el gran misionero tiene motivos para pensar en qué se está equivocando la jerarquía que preside.