Editorial
Chernóbil, la gran mentira de la URSS
Hace 30 años los ciudadanos de la Unión Soviética descubrieron muy crudamente y con un altísimo coste económico, pero sobre todo humano, la gran mentira sobre la que funcionaba la URSS. La catástrofe de Chernóbil reveló que la central nuclear estaba construida, contrariamente a lo que decía la propaganda oficial, sin las normas de seguridad que exigía una instalación de altísimo riesgo, como es una atómica, y que el personal carecía de la preparación suficiente. Mijail Gorbachov, que había llegado al poder hacía poco más de un año, cuando ocurrió el accidente acababa de anunciar la reconstrucción económica del país (perestroika) y la necesidad de transparencia y apertura (glásnost). Chernóbil era la trágica demostración de cuán necesarias eran la reforma y la transparencia, tan necesarias que estaban llegando demasiado tarde porque en el terreno político, la catástrofe sirvió para acelerar el final de la URSS. Si los soviéticos descubrieron el gran engaño, el resto de Europa descubrió los graves riesgos de la energía nuclear cuyos efectos no conocen fronteras. Se registraron altos índices de radioactividad en al menos 13 países de Europa central y oriental. Las consecuencias para la salud y el medioambiente del accidente aún hoy son objeto de estudio.
El siniestro de Chernóbil fue resultado directo de la gestión criminal de las autoridades soviéticas. Pero no solo. Hace cinco años, un nuevo desastre nuclear se produjo en Japón con un número de víctimas mortales muy superior al de Ucrania. La seguridad en Chernóbil y en Fukushima no es comparable. Los avances en este campo han sido notorios en las tres décadas pasadas, pero el riesgo no ha desaparecido, sigue existiendo, pero no parece que se haya aprendido la lección. Hace poco más de un mes, la justicia japonesa tuvo que intervenir para frenar la reactivación de unas unidades de la central de Takahama por cuestiones de seguridad.
El problema es el tipo de energía. La nuclear puede ser limpia, eficaz y barata, pero sus riesgos son elevadísimos como recuerda la historia de los accidentes desde aquel lejano de la central de Three Mile Island, cerca de Harrisburg (EEUU) en 1979, hasta el japonés del 2011. Al final siempre está el interés espurio del hombre que levanta centrales nucleares en un país rico en gas y petróleo o en otro con un altísimo riesgo sísmico.
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