CATÁSTROFE EN EL PACÍFICO

Material de alto riesgo

Las claves del accidente de Fukushima y sus efectos, al detalle

ANTONIO MADRIDEJOS / ÀNGELS GALLARDO

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Japón lucha por evitar una gran catástrofe nuclear en Fukushima: que el material radiactivo del corazón de los reactores salga al exterior. La energía atómica deja huellas imposibles de borrar en lo que contamina, sean tierras o personas. Los afectados por catástrofes pasadas aún enferman y mueren hoy.

1. Objetivo: que resistan las vasijas de contención

Los reactores 1 y 3 del complejo Fukushima 1, los primeros que sufrieron las aparatosas explosiones de hidrógeno, quedaron ayer bajo control y en situación estable, según comunicaron las autoridades japonesas, pero no sucede lo mismo con los números 2 y 4. No se dispone de más información que la facilitada por los 50 trabajadores de la compañía Tepco que siguen en el lugar en tareas de emergencia, pero parece ser que la vasija de contención del reactor 2 se está deformando como paso externo. Todo lo acontecido hasta ahora sería insustancial si realmente acaba saliendo al exterior el peligroso material radiactivo del corazón de los reactores.

El riesgo se mantiene sobre todo en el reactor 2 porque el agua de mar que se añade para refrigerar la temperatura del interior, mediante un bombeo de emergencia, no llega a cubrir totalmente las barras de uranio, el material de fisión. Debido al calor acumulado, el agua se convierte demasiado rápido en vapor y pierde su poder térmico. Junto al agua se añade boro, un elemento que tiende a fijar los elementos radiactivos.

Desgraciadamente, no se puede hacer más que esperar a que todo se enfríe y que la vasija resista.

2. Aireación hacia el exterior como mal menor

Desde el fatídico terremoto del viernes y el tsunami posterior, todas las labores de contención en las centrales de Fukushima han estado encaminadas a reducir por medios alternativos el calor de la vasija que acoge el combustible nuclear. La reacción en cadena se frenó con la parada automática, pero en el interior sigue un material de alto riesgo.

En una situación normal, sin contratiempos, un circuito cerrado de agua marina enfría los sistemas y evita sobrecalentamientos no deseados, pero como el tsunami acabó con el sistema de refrigeración es necesario añadir el agua desde el exterior. Lo primero en Fukushima después de la catástrofe fue enviar generadores portátiles para restablecer el suministro eléctrico, «lo que permitió que un sistema de bombeo de emergencia completara» el sistema de refrigeración dentro de la vasija del reactor, como explica el Foro Nuclear español en una nota informativa. Sin embargo, la solución aparentemente perfecta tiene un problema: el agua en ebullición se convierte en vapor y ocupa más espacio. La presión, en definitiva, amenaza con destrozar la vasija primaria de contención. Como si fuera una olla a presión.

Por este motivo hay que ventear, como se dice técnicamente, es decir, soltar lastre, airear hacia el edificio externo del reactor. Es un mal menor que está incluso previsto en los planes de emergencia (de hecho, los reactores tienen una especie de espita de salida en su parte superior para esta eventualidad).

3. Radiactividad dentro de los límites tolerables (o no)

A no ser que las autoridades hayan escondido algún problema, la radiactividad detectada en el ambiente procede exclusivamente de los venteos que se efectúan en los reactores afectados. Nuevamente, no hay solución perfecta: la aireación expulsa al exterior hidrógeno, fruto de la oxidación del zirconio que envuelve las barras de uranio del reactor, así como cesio 137, yodo 131, xenón 133 y otros isótopos radiactivos. El hidrógeno ha demostrado su carácter explosivo al ocasionar cuatro incendios en el interior de los edificios que acogen las vasijas. El último, ayer, dejó dos agujeros de ocho metros en el reactor 4.

Las autoridades conocen perfectamente los riesgos del venteo, pero no tienen más remedio. Además, la radiactividad medida se sitúa muy por encima de la que una persona recibe de forma natural, pero aún esta lejos de la que se considera peligrosa. Minutos después de la tercera explosión, los niveles de radiación superaron los 8 milisieverts (mSv) por hora, casi el triple de la cantidad normal a la que está sometida una persona en todo un año a través de radiación natural y pruebas médicas.

Por ahora, los vientos alejan el riesgo hacia el mar, pero no se sabe qué sucederá dentro de unos días.

4. Un cúmulo de adversidades debidas al tsunami

A raíz del terremoto, los seis reactores de Fukushima 1 pararon inmediatamente de forma automática, tal y como está previsto en caso de emergencia. Sin embargo, debido al parón simultáneo de una veintena de reactores en el norte de Japón, se perdió la alimentación externa y hubo que echar mano de una fuente alternativa. Siguiendo los protocolos, también previstos, se encendieron los generadores diésel para poder mantener el sistema de refrigeración. El motivo es sencillo: si no funciona el sistema cerrado de agua que enfría el reactor, se corre el riesgo de que el material interno de la vasija funda la barrera de contención. «Los reactores soportaron uno de los mayores terremotos de la historia. El problema vino después», sintetiza José María García Casasnovas, especialista del Col·legi d¿Enginyers Industrials de Catalunya.

Salvo en los reactores 5 y 6, los generadores diésel dejaron de funcionar una hora después por el impacto del tsunami. Asimismo, en los reactores 1, 2, 3 y 4 también quedaron desactivadas las bombas del RCIC, un sistema que activa el agua de refrigeración con el vapor del propio reactor. En ese momento, la central sufrió una pérdida total de suministro eléctrico y quedaron sin protección térmica las vasijas de los reactores.

5. La radiación corta el ADN y las células se agrupan en tumores

Los elementos radiactivos que son lanzados a la atmósfera, en especial el cesio 137 y el yodo 131, emiten rayos gamma y partículas Alfa y Beta de una intensidad devastadora para el tejido humano. Esos rayos agujerean y cortan el ADN (código genético) de las células y destruye su ciclo reproductor, que, en una situación sana, debe incluir el envejecimiento y la renovación de los tejidos. Las células irradiadas mutan e inician una reproducción infinita de sí mismas, prescindiendo de su muerte: dan lugar a tumores cancerosos que invaden el órgano donde surgen y avanzan, inmortales, hacia el resto del cuerpo. La velocidad con que sucede esa destrucción depende de la radiación recibida. Las explosiones nucleares en Hiroshima y Nagasaki (Japón), de 1945, causaron leucemias masivas en la población irradiada a partir de 1950. Una década más tarde, surgieron los tumores sólidos y las malformaciones fetales, que aún persisten. La población de ambas ciudades japonesas es objeto de permanente estudio científico.

6. Chernóbil aún afecta a diario a todo el continente

Catalunya, España y el resto de Europa aún reciben a diario una pequeña dosis radiactiva procedente de la central de Chernóbil, en Ucrania. El núcleo del reactor de esa instalación explotó en 1986 lanzando al ambiente una masa de radioelementos que siguen dando vueltas a la Tierra, contaminando todo lo que tocan. «Son dosis muy débiles, pero persistentes, que se mezclan con la tierra y de ahí pasan a cosechas, aguas y personas», explica Elisabeth Cardis, epidemióloga, que durante 20 años ha dirigido el Grupo de Radiación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), con sede en Lyón (Francia). Cardis, que ahora ejerce en el Centre de Recerca en Epidemiologia Ambiental, de la Generalitat, insiste en diferenciar la deficiente estructura nuclear de Chernóbil, cuyo accidente ha investigado intensamente, de las medidas de seguridad -«muy superiores»- de las centrales atómicas japonesas.

En cualquier caso, dice la científica, las consecuencias que suceden a una fuga de elementos radiactivos, ya sea por una explosión accidental o por un acto intencionado, permanecen en la tierra durante un tiempo difícil de calcular, que algunas voces sitúan en «cientos de años».

Los que peores efectos sufrieron en Chernóbil fueron los 80 bomberos que la noche del accidente entraron en la central. Recibieron dosis tan altas de radiación que sus efectos fueron perceptibles en pocos meses. La onda energética les destruyó la piel, los pulmones y los intestinos.

7. Los niños sufren antes y más la carga radiactiva

La contaminación radiactiva es el contagio ambiental más grave que puede sufrir el ser humano, aunque es poco perceptible a corto plazo y a simple vista. El notable aumento de cánceres registrado en Hiroshima y Nagasaki a consecuencia de las bombas atómicas alcanzó sus cifras más elevadas 20 años después de ocurridas las explosiones. «El cáncer tiene una evolución muy larga y lenta», asegura Elisabeth Cardis.

Tras una irradiación masiva, quienes sufren las consecuencias en primer lugar, y con mayor gravedad, son los niños -a menor extensión corporal, mayor absorción de radiaciones-. También son los más receptivos a los tratamientos oncológicos. El primer tejido afectado por la radiación nuclear

es la sangre -surgen leucemias, hemorragias masivas y anemias malignas-,

y, tras ella, las glándulas tiroides, por la intervención del elemento yodo 131 en las cargas nucleares. El yodo se acumula en la tiroides y, en bajas dosis, es un estimulante de esa glándula, reguladora del ritmo cardiaco y la temperatura corporal, entre otros factores. La presencia de yodo en los alimentos marinos, desde el pescado hasta las algas, detiene el hipotiroidismo. Las autoridades japonesas administran estos días yodo disuelto en yogur a las poblaciones próximas a la central de Fukushima, con el fin de que el cuerpo tenga cubierta su capacidad de absorción de dicho elemento y rechace el que le llegue de la atmósfera.

Las radiaciones destruyen, a través de la sangre, las células inmunológicas, por lo que los irradiados quedan a disposición de cualquier infección o proceso canceroso.

8. Europa ha sufrido 60.000 cánceres a causa de Chernóbil

A la explosión atómica de Chernóbil se le atribuye la aparición en Europa de 60.000 cánceres en los últimos 25 años, según un estudio del Centro Internacional de Investigación sobre el Cáncer, organismo creado por la OMS para supervisar la evolución de aquel siniestro. Con motivo del 25º aniversario de este accidente, varios investigadores analizaron el pasado viernes las circunstancias del suceso. «Alguien enfatizó en voz alta que el mundo no debía preocuparse, porque no volveríamos a ver otro accidente nuclear así», recuerda la epidemióloga Elisabeth Cardis, que participó en el debate. «Y, ya ves -dice-: al día siguiente todo estalló en Japón, uno de los países mejor preparados del mundo contra los accidentes nucleares». Alguien debió hacer un comentario similar antes de hundirse del Titanic.

La citada cifra de cánceres, no obstante, representa el 0,01% de todos los tumores malignos que han sufrido los europeos desde 1986, advierte la epidemióloga. «El consumo de tabaco ha causado el 50% de los cánceres en ese tiempo», añade. «Lo peor de las radiaciones nucleares es su permanencia en el tiempo y su capacidad de expansión por toda la Tierra», prosigue. Aún no se conocen todos los efectos de la explosión de Ucrania -«25 años, son muy pocos, en temas nucleares»-, pero sí se sabe la evolución de quienes la han sufrido hasta ahora. «La radiación destruye todos los sistemas del cuerpo: inmunológico, digestivo, respiratorio y cardiovascular», concluye.