La protección de la infancia
Éxito tutelado
Grecia S. ya salía habitualmente de noche por Badalona, donde vivía entonces, a los 12 años. Estaba, dice, «rebotada» con todo. Más o menos a esa edad, Iván Rodríguez tenía graves problemas de sociabilidad y se proponía hacer pagar a los demás la ausencia de su madre. Ambos han recorrido un camino duro. Tuvieron ayuda y tuvieron que ayudarse a sí mismos. Han pasado años en centros tutelados y están casi al final. Si todo va bien, Grecia empezará a estudiar magisterio en septiembre. Si la crisis no le impide encontrar trabajo, Iván será dentro de muy poco auxiliar de enfermería. Ahora desarrolla esa labor en prácticas.
Grecia tiene 17 años e Iván, 18. Son dos ejemplos de éxito en una carrera nada fácil. Son también la prueba de que el trabajo de tutela de menores -a veces tan ingrato, siempre tan difícil- da resultados, incluso en estos tiempos en los que la crisis echa para atrás a familias que quisieran acoger a menores que lo necesitan o cuestiona inversiones en centros que muchas veces son estigmatizados como conflictivos.
Hace medio año, los centros de menores pidieron al Govern que difundiera su labor de tutela para borrar la mala imagen. Hace unos días, elconseller de Benestar Social, Josep Lluís Cleries, reclamó que aumente la acogida para que los menores de hasta 6 años estén con familias y hay en marcha una campaña para impulsar la acogida. La semana pasada, FEDAIA, la Federació d'Entitats d'Atenció i d'Educació a la Infància i Adolescència, celebró su foro anual, titulado en esta edición:Pobrezas invisibles en la infancia: un riesgo para sus oportunidades. Y no solo sirvió para alertar de la dificultad, también para emitir un vídeo con historias de éxito. Una de ellas, la de Grecia.
«UNA CHICA PROBLEMÁTICA»/ Grecia llegó de Bolivia a los 12 años. Su madre estaba absorbida por el trabajo, dormía en el domicilio de una anciana a la que cuidaba. Sola, con un hermano, la menor solía salir de noche por su barrio de entonces, Sant Roc, en Badalona. «Allí no tenía amigos, tenía conocidos. Estaba rebotada. Hasta que vi que no me podía quedar estancada». Dice que como vía de escape se atiborraba de comida. Su madre le pegaba. «Cada vez que lo hacía, me portaba mal». Un día le pegó más que nunca. «Sentí que se había pasado y lo expliqué en comisaría». Tenía 14 años y la llevaron a un centro de acogida. Grecia explicaba su vida el domingo en el Centro Residencial de Acción Educativa (CRAE) La Llar, de la cooperativa Suara, en el que reside junto nueve chicas. En el comedor, con el director del centro, Andreu Villalba, insiste: «Era una chica problemática».
Cambiar de vida le fue bien. De instituto (en el de Badalona, dice, sufría acoso escolar) , de ambiente y de ciudad: «Por más que se diga que en L'Hospitalet no hay nada, allí encontré a muy buena gente». Por ejemplo, a sus amigos de ahora. Villalba cita un estudio del 2008 que sitúa en un 61% el porcentaje de éxito de los jóvenes que llegan a centros como La Llar. Grecia quiere estudiar Magisterio: «Los cambios de la sociedad tienen que venir desde abajo. Enseñando». Quizá por su experiencia como monitora, sin cobrar. Lo ha hecho dos veranos. Ahora ve a su madre cada semana o cada dos semanas: «Comemos o damos una vuelta». «Casi nunca monto pollos», subraya. Le gustaría irse a Londres y es muy consciente de su esfuerzo: «Cualquier se sentiría orgullosa».
«MI MADRE NO ESTUVO ALLÍ»/ A Grecia también le ilusiona otra cosa: «Crear una familia. Pero una verdadera familia. Algo de lo que puedas decir: 'Esto es mío'. Es algo que no he tenido». Más o menos como Iván Rodríguez: «Aún soy joven, pero tengo ganas de tener trabajo y familia», afirma. «El esfuerzo que he tenido que hacer es grande. Mi madre no estuvo allí. No tuve su apoyo. Adquirí una serie de actitudes rebeldes. Mi familia no pudo sostener la situación. Me ingresaron en un centro semicerrado», resume su biografía. Su actitud tenía una base: «No entendía por qué me pasaba a mí. Pensé: '¿Como me han hecho daño, también haré daño'». Iván estuvo con su madre hasta los 9 años y con su abuela, hasta los 12. A esta última la ve. Y dice que ahora está contenta de él.
«Tenía una actitud agresiva, iba muy mal en el colegio: peleas, discusiones, mentiras». Un día, todo mejoró: «Pegué un cambio de la noche a la mañana». Vivió en un CRAE en Mataró y ahora en un piso tutelado con otros dos jóvenes en esta ciudad. Hace prácticas de auxiliar de enfermería en el Hospital de Granollers: «Lo más bonito que hay es tratar a los pacientes. El que no quería que le hicieran una cura y te habla mal. Y al final acaba felicitándote». Por si alguien quiere contratarle, acaba sus prácticas el 27 de noviembre, aunque es consciente de que el contexto de crisis no le ayudará a encontrar empleo enseguida. Es polifacético. También es cantante de rap, y a Sonia Sánchez, su educadora, le ha escrito uno en agradecimiento, como indica claramente el título:¿Qué haría yo sin ti?. Sánchez lo conoce desde hace cuatro años: «Ha crecido. Resuelve sus conflictos de otra manera. No provoca conflictos. Como todo el mundo, va tirando». Iván, como Grecia, responde rápido a si se siente orgulloso de sí mismo: «Orgulloso, no. Lo siguiente», proclama decidido. Ambos son ejemplos de éxito y de superación. Y de que ayudarles a que se ayudaran fue una gran idea.
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