Enemigos íntimos

Tras el 9-N, los pasos hacia la independencia bifurca los caminos de CiU y ERC Los recelos Mas-Junqueras por la lista única auguran una enconada pugna por la hegemonía soberanista

La distancia 8 El 'president', Artur Mas, de espaldas, y el líder de ERC, Oriol Junqueras, en el Parlament, el pasado 16 de septiembre.

La distancia 8 El 'president', Artur Mas, de espaldas, y el líder de ERC, Oriol Junqueras, en el Parlament, el pasado 16 de septiembre.

XABIER BARRENA / FIDEL MASREAL
BARCELONA

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Dijo Jorge Valdano que el fútbol es un estado de ánimo. La política, también. El 9-N, el éxito del proceso participativo, así lo demuestra. En apenas un mes, el que separa esta semana de la tumultuosa cumbre del Palau de PedralbesArtur Mas ha pasado de estar contra las cuerdas a pasearse en olor de multitudes por las calles de Catalunya. En apenas un mes, ha pasado de perseguir una lista única con ERC como único remedio para que CiU sobreviviera, a acariciar muy seriamente la posibilidad de confeccionar una lista civil sin siglas encabezada por él mismo, con la que dar batalla a su exsocio Oriol Junqueras, que, por la teoría de los vasos comunicantes, parece haber sufrido un bajón en la consideración popular. Es la guerra de fondo en el seno del soberanismo catalán. Un conflicto que viene de lejos en la historia y que hoy es una batalla tan discreta como implacable.

La fecha clave es el 13 de octubre. Tras el cisma de Pedralbes, en la que un airado Joan Herrera es el único de los participantes que atiende a la prensa, ERC, ICV-EUiA y la CUP tuvieron la opción de plantear un jaque, casi mate, a Artur Mas. Contra lo pactado y contra lo esperado, el Govern abandonaba unilateralmente la consulta. A las primeras de cambio, como le afearon los grupos de izquierda, sin esperar ni siquiera un requerimiento judicial por desobedecer la suspensión que había dictado el Tribunal Constitucional, el president aparcó esta vía y dio a luz al proceso participativo.

«Hace un mes estábamos literalmente muertos», explica un dirigente de CDC para describir ese momento procesal. Pero Mas convocó una solemne rueda de prensa, en solitario (nada de unidad de acción) y vendió ante la opinión pública otra consulta (sí, la llamaba todavía «consulta», ese 14 de octubre). Desplegó su rasgo de personalidad más característico: la tenacidad. A partir de ahí, el apoyo de la ANC (a pesar de la amenaza de su lideresa, Carme Forcadell, de no apoyar el nuevo 9-N si no iban ligadas a unas elecciones anticipadas) y la inestimable ayuda del Gobierno de Mariano Rajoy con su segunda impugnación, hicieron ceder ERC, ICV-EUiA y la CUP.

«La gran pregunta sigue siendo por qué Mas no desobedeció a la primera de cambio», afirma un destacado dirigente republicano. Con esa decisión, los partidos de izquierda dieron pie a que Mas se pusiera la corona de laureles la noche del 9-N.

Esa noche se dieron dos detalles significativos. El primero, que Mas compareció solo, sin ninguno de los socios del frente soberanista. Y segundo, el anuncio de que mandaría una carta a Rajoy en demanda de un referéndum vinculante, una decisión de la que el resto del hasta ese momento bloque nada sabía. Una petición, además, que Mas ya le comunicó a Junqueras el 7 de agosto y que causó las primeras grietas en la porcelana del consenso.

La propia comunicación de su plan, tan distinto al de ERC -que opta por una proclamación inmediata de la independencia-, cabe entenderse como la aceptación por parte del propio president de que no habrá lista conjunta con los republicanos. Y que, aupado por la popularidad que le ha otorgado el 9-N, se ve con opciones de remontar la desventaja que le dan las encuestas en un eventual pulso con Junqueras.

Han pasado cinco semanas entre las dos últimas reuniones de Mas y Junqueras en el Parlament. En la del 1 de octubre, antes de que se abandonara el 9-N original, el president trató de acorralar al republicano en pos de la lista conjunta. En la del pasado jueves, el convergente expuso su plan «personal» de encabezar una lista civil sin siglas y, veladamente, avisó a Junqueras de que la pugna electoral sería dura. «CiU atacará con todo», concluyó una fuente de uno de los partidos soberanistas. Y ese todo incluye, básicamente, todo el entorno mediático, el mismo que ya hace semanas aboga por la lista conjunta, y el mismo que ha encumbrado a Mas a niveles de estadista mundial.

Ese fue el aperitivo de la actual guerra abierta por lo que en términos gramscianos sería definido como la hegemonía, la lucha sin cuartel por marcar el rumbo y el ritmo hacia la independencia, entre el centroderecha y el centroizquierda. Salvando las distancias, es el viejo odio de Francesc Cambó respecto al catalanismo de izquierdas, la incompatibilidad entre Pujol Josep Lluís Carod-Rovira, la distancia entre Josep Antoni Duran Lleida ERC. La desconfianza entre Junqueras y Mas.

CDC nunca ha dudado en usar todas las armas contra Esquerra y su líder si se desvían del camino que marque Mas. «Veremos quién está por el proceso y quién no», afirma un dirigente. El plan convergente es gradualista. Por ello, choca y chocará con el de ERC. CDC habla a menudo de que cada nuevo paso que se dé debe estar garantizado para evitar marchas atrás o fallos. De ahí que convocar elecciones plebiscitarias sea una incógnita. Está al 50%. El número dos de CDC, Josep Rull, tuiteó que Mas no agotará la legislatura de la mano de un pacto estable con el PSC.

Mas decidirá. Él solo. Consciente de que es casi imposible que Esquerra le compre la lista única, tiene ante sí la duda de si lanzarse igualmente a las urnas en solitario. A favor cuenta con la percepción de que el 9-N fue un triunfo de su apuesta personal, que casi le cuesta perder el pulso interior. En contra, la posibilidad de perder frente a ERC y de que «los elementos del Día D+1 no estén preparados», como afirman en CDC. Es decir, que las estructuras de Estado no estén a punto para dar pasos hacia la independencia si de las urnas sale una mayoría que así la reclama.

Por ello, el plan podría pasar por ganar tiempo, argumentando que el independentismo debe sumar más de los 1,8 millones de ciudadanos que lo votaron el 9-N, y que las estructuras de Estado están todavía verdes, como le afea a menudo ERC en cuestiones como la Hacienda catalana. Y, por si fuera poco, CDC quiere elecciones sin partidos y sin programa que no sea la independencia. Ojo, pero una independencia negociada y, por tanto, no proclamada el primer día. «Ganar sería un mandato para negociar», es la tesis convergente. «No hay nada que negociar», insiste Junqueras con toda la vehemencia y emoción que puede.