a favor
Víctimas del (mal) encaje
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
En su libro Historias de cronopios y de famas (1962), Julio Cortázar lo resumía así: "En los bancos y casas de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota y rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta, se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados".
Barcelona es hoy esa tienda llena de inquina hacia los ciclistas. Es un rechazo que nace de las malas experiencias, las vividas, las presenciadas y las que te contaron; de la execrable convivencia en las aceras que han causado que el peatón tenga más miedo de un hierro de 15 kilos que de un camión de 20 toneladas. Seguro que mi buen compañero de página echará mano del incivismo. Lo hará con el rigor que le caracteriza. Y tendrá razón. No leerán aquí una sola justificación para el que pedalea como si no hubiera mañana. Pero ojo: ¿somos igual de duros con las malas artes del motorista, el taxista o el de le furgo? ¿O ya nos hemos acostumbrado a ellos? Que quede claro: fue un político quien permitió al ciclista pedalear entre los viandantes, no se puso ahí por gusto.
Pasar en rojo, girar sin mirar, auriculares, dos en una bici, circular junto a las fachadas... Mucho por corregir, pero en ningún caso se podrá llegar a la conclusión de que esta no es ciudad para bicis. Lo fue, lo es, y con el paso de los años y los políticos, lo será. Mucho, más, y mejor. Entre otras cosas, porque es el único medio de transporte que crece. ¿La crisis? Quizás. Aumentan no como una plaga, ni una moda pija, ni una colonización, ni un ataque a la libertad del resto de actores viales. Sucede lo mismo en todos los países desarrollados. De hecho, lo que hace aquí y ahora la bicicleta es regresar, pues en los tiempos en los que los autobuses eran tranvías, antes del boom del vehículo de explosión, ellas eran la mayoría.
Sobra poner sobre la mesa las ventajas de la bicicleta para la salud, el medio ambiente o la fluidez del tráfico. En eso debería comulgar hasta el peor de los haters. El pan que se vende en Barcelona es otro. Aquí lo que se ha indigestado es el (mal) encaje del invento, las ordenanzas inútiles, demasiado pejigueras, demasiado interpretables. De cómo los gestores de la ciudad no han sabido encontrar la manera de que el Eixample ceda espacio a un vehículo que, eso sí, tiene la mala costumbre de comportarse como un peatón. La escasísima educación en las escuelas, el nulo ejemplo de los que mandan...
En su programa electoral del 2011, CiU hablaba del «problema de la bicicleta». No una oportunidad, no. Un problema. Y no vayan a pensar que esto va de echar la culpa a los políticos. Insisto: que el peso de la Urbana caiga sobre el ciclista que se comporta como un animal.
La primera versión de la Enciclopedia Espasa regala 20 páginas sobre la bici que son una delicia. "Para emprender una excursión en bicicleta es necesario llevar consigo un farol [...], un revólver y un mapa". Cielos. A saber qué colocaría hoy en la mochila del peatón...
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