Viajes en el tiempo

RICARD RUIZ GARZÓN

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Sorprende un poco que los viajes en el tiempo se hayan adueñado de la actualidad. De entrada, lo han hecho con el hype de la semana, la serie de TVE El Ministerio del Tiempo, que en efecto posee un excelente guion en el que se entrevén numerosas referencias literarias, empezando por Arturo Pérez-Reverte Lope de Vega a modo de gag y acabando por Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark TwainEl fin de la eternidad, de Isaac Asimov, y el referente confeso y obligado que todo fan ha de correr a leer: Las puertas de Anubis, de Tim Powers (Gigamesh). Seguirán siendo noticia, además, con la publicación la semana que viene de Punts de fuga (Les Males Herbes), un esperado volumen de viajes en el tiempo -del humorístico al metafórico, del fantástico al sentimental- que cuenta con 26 de los autores más renovadores de la actual narrativa en catalán: Víctor Nubla, Mar Bosch, Martí Sales, Max Besora, Yannick Garcia, Carles Terés, Jordi Nopca, Adrià Pujol, Carla Benet... (lástima que en total sólo haya dos mujeres, ahí la máquina del tiempo se les ha quedado anclada en el pasado a los editores).

Simbólicos y posmodernos, por añadidura, los viajes temporales protagonizan también el último Premio Tusquets, La máquina del porvenir: una ambiciosa y en ocasiones excesiva novela de Juan Trejo en torno a un artefacto que vislumbra el devenir, en este caso más cerca del Dr. Manhattan de Watchmen que del célebre ingenio de H. G. Wells. Y hablando del insoslayable autor de La máquina del tiempo, por cierto, Félix J. Palma inició en 2008 su trilogía victoriana en torno a él y la acaba de cerrar con El mapa del caos (Plaza & Janés). ¿Se puede interpretar esta avalancha como una casualidad? Basta con leer a WellsRobert Heinlein, Richard Matheson, Joe Handelman, Philip K. Dick, Poul Anderson o, ya que va a ser 8 de marzo, la Audrey Niffenegger de La mujer del viajero en el tiempo, para entenderlo: cada vez que nuestra época no nos gusta, soñamos con movernos a otro tiempo. Y como sabía bien Wells, los morlocks de turno, mientras tanto, aguardan frotándose las manos.