Al contrataque
La trituradora
Entre todos hemos convertido la política en una apisonadora de ilusiones. Y eso nos conduce a la mediocridad
Jordi Évole
Periodista
También conocido como 'El Follonero', es un periodista, humorista, presentador y guionista de televisión que desde el 2008 presenta el programa 'Salvados', en la cadena de televisión la Sexta.
JORDI ÉVOLE
Ahora hace justo dos años, coincidiendo con las últimas elecciones municipales, les expliqué en esta misma contraportada que dos de mis amigos habían decidido presentarse a las elecciones como cabezas de lista por partidos diferentes, para competir por la alcaldía del mismo pueblo.
En aquel momento les dije que les admiraba. Uno ya llevaba cuatro años al frente del ayuntamiento, en los que había sufrido el desgaste de la imagen pública de los políticos y a pesar de eso se había vuelto a liar la manta a la cabeza sin más intención que buscar lo mejor para su pueblo, y no para su bolsillo. El otro, con una larga trayectoria en luchas sociales, había decidido dar el paso, como habían hecho muchos ciudadanos hartos de no sentirse representados por sus políticos.
En aquel artículo escribí: "Ninguno de los dos tiene nada que ver con esa clase política desprestigiada, ninguno de los dos se ha metido en esto para forrarse, ninguno de los dos busca protagonismo para escalar en su partido, ninguno de los dos ha contado billetes en un coche que provenían de una comisión ilegal, ninguno de los dos ha cobrado un sobre de dinero negro de su partido, ninguno de los dos ha repartido dinero público entre sus amigotes, ninguno de los dos pretende 'limpiar' su pueblo como pregona el asqueroso eslogan de un candidato badalonés, ninguno de los dos pertenece a eso que entre todos hemos acabado conociendo como casta".
Cualquiera de los dos hubiese sido un buen alcalde para el pueblo, porque reunían las características que buscamos para elegir a nuestros representantes públicos: preparación, honestidad, talento, trabajo, ilusión y ganas, muchas ganas.
DETERIORO DE LA RELACIÓN
Pero claro, solo podía ganar uno. Y no solo eso, que ganó uno, y el otro se convirtió en el líder de la oposición. Como se pueden imaginar, la relación entre ellos se fue deteriorando. Yo tampoco sé cómo llevaría que el jefe de la oposición –por muy colega que sea- me ponga verde en los plenos, o que el alcalde –por muy colega que sea- lleve a cabo una obra de gobierno que tiene poco o nada que ver con mis deseos.
Pero por si les parecía poco que su relación como amigos se deteriorase, les informo que dos años después de concurrir a las elecciones, hoy ninguno de los dos ostenta ya su cargo. Ni el uno sigue siendo alcalde, ni el otro jefe de la oposición. Los dos han dimitido. Con lo poco que se dimite…
Habría que analizar los motivos de ambos, que no serán exactamente iguales. Pero creo que en un punto coincidirían: la decepción que les ha causado la política institucional, lo poco gratificante que es ejercerla en los últimos años. Me preocupa que dos personas que me eran buenos representantes para sus ciudadanos hayan decidido tirar la toalla. En este caso sí que podemos decir que se van los mejores. Entre todos, hemos convertido la política en una trituradora de talento, en una apisonadora de ilusiones. Y eso nos conduce a la mediocridad.
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