Al contrataque
El tren de la muerte
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
Hace ya algunos años, soldados rusos y guerrilleros chechenos protagonizaron una matanza en la toma del hospital de Budiónnovsk, una carnicería cuyos cadáveres tuvieron que ser evacuados en camiones frigoríficos, en ataúdes de tablones improvisados, con barras de hielo dentro para frenar la descomposición. Un recuerdo tan sobrecogedor como la llegada del tren a Járkov con los cuerpos del avión malasio. Vagones refrigerados en un avance lentísimo, con el frío de la muerte en las entrañas, mientras afuera el verano se abatía implacable sobre los campos de girasol. Hoy como ayer. En cualquier conflicto, al final de los finales siempre asoma la muerte, la única certeza.
Dicen que la primera víctima de una guerra es la verdad -lección requeteaprendida en Irak, con las armas de destrucción masiva que nunca aparecieron-, y de nuevo ucranianos y prorrusos intentan instrumentalizar la tragedia con acusaciones mutuas. ¿Quién abatió el aparato con 298 civiles a bordo? ¿Llegaremos a saberlo a ciencia cierta?
Un fatídico error
El dedo acusador se ha apresurado a señalar a los separatistas prorrusos de la región de Donetsk y a la sombra maléfica de Putin. Tal vez demasiado aprisa, sin desmenuzar los hechos. En las buenas novelas negras, con la serenidad de quien rellena un crucigrama, el detective suele utilizar el método deductivo, el simple procedimiento de seguir el hilo de a quién beneficia el asesinato, el cui prodest que ya planteó Séneca en la tragedia Medea: «Aquel a quien aprovecha el crimen es quien lo ha cometido». ¿Y de verdad interesaba a los prorrusos cargar con semejante masacre? Difícil de creer. Una atrocidad de ese calibre los habría mandado de cabeza al infierno del descrédito. Siguiendo la lógica de la ganancia, el derribo del avión convendría más a Ucrania por la supuesta implicación de la OTAN. Una estrategia tan retorcida que también cuesta de tragar.
Todo parece indicar, pues, que ha sido un error, un jodido error del imbécil que apretó el botón confundiendo el Boeing con un avión de transporte militar, o vete a saber qué. Pero si el yerro partió de los prorrusos, sería injusto demonizarlos en exclusiva. Putin tiene parte de culpa, sí, pero también Washington, con su interesada ampliación de la OTAN, y esa Europa desnortada que se sacude de encima las pulgas de la responsabilidad, atadas las manos como las tiene con los hidrocarburos rusos, y que prefiere silbar mientras blanquea en sus lavanderías los capitales de los oligarcas ucranianos.
Nunca se debió llegar hasta aquí sin negociar. Nunca se debió permitir que cada cual alimentara a su monstruo sin reparar en las consecuencias. Nunca debió suceder que una maleta desventrada mostrase la inocencia huérfana de esa camiseta con el logo «I love Amsterdam».
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