Tradición

«Comemos bacalao con guisantes y huevo duro, o cocinamos el cordero con tomillo, porque somos como aquellos que los comían», dice el amigo Fonalleras. Las tradiciones son ráfagas de viento antiguo que se cuelan en el aire nuevo. A veces toman la forma inocente de un huevo de chocolate o de una palma engalanada. A veces arrastran partículas ancestrales de un tiempo pasado que, más allá de las mitificaciones, difícilmente fue mejor. Hannah Arendt imaginaba la posición del hombre como aquel que está en medio de dos fuerzas, una que proviene del pasado y otra que proviene del futuro. De hecho, es en la lucha entre ambos tiempos donde las personas -también las sociedades, los pueblos- se reconocen. A través de las tradiciones viajan formas de entender el mundo e, incluso, se reflejan antiguos autoritarismos. Eco de unos días en los que nuestra libertad y nuestros derechos venían dictados desde los púlpitos. De nuestros movimientos en la brecha entre pasado y futuro, de nuestra capacidad para extraer lo bueno de ambas fuerzas, de analizar de forma objetiva los comportamientos colectivos y aplicar una mirada crítica sobre ellos, también depende nuestro pensamiento político. Con las trazas del pasado que viajan a través de las tradiciones podemos construir una fortaleza en la que apuntalar las diferencias propias o levantar una atalaya desde la que admitir las diferencias de los otros.