Patronales desconectadas

Olga Grau

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Las guerras patronales soterradas son tradición en Catalunya. Foment y Pimec han estado a punto de fusionarse en múltiples ocasiones en los últimos años y han roto la baraja en el último momento. Los argumentos para justificar los desencuentros a la hora de crear la gran patronal catalana siempre han sido ambiguos: falta de encaje entre estructuras territoriales, modelos de organización distintos, estilos de representación incompatibles. No parece a priori que sean obstáculos difíciles de sortear por empresarios que cada día expanden sus negocios y realizan sofisticadas operaciones en condiciones macroeconómicas y políticas adversas.

En realidad, la falta de sintonía siempre ha sido más personal que operativa con un importante componente de lucha por las cuotas de poder, algo similar a lo que ocurrió con las operaciones de fusión entre las cajas de ahorros catalanas. Esta misma pugna se está dando ahora en la relación entre Foment y una de sus organizaciones territoriales, la patronal  Cecot con sede en Terrassa en una disputa en la que la institución que preside Joaquim Gay de Montellà amenaza con expulsar a su asociada liderada por Antoni Abad. Detrás del conflicto se sitúa la misma falta de complicidad entre los líderes y la rivalidad por el poder.

Después de diez años de la mayor crisis económica del capitalismo desde el año 29, España ha pasado del bipartidismo al mutipartidismo, han irrumpido nuevos actores políticos como Podemos y sus confluencias, han desaparecido todas las cajas de ahorros y la tecnología ha generado nuevos sectores emergentes liderados por Amazon, Uber o Airbnb que junto con la economía colaborativa están cambiando las reglas del juego en una partida con importantes vacíos legislativos. Resulta sorprendente que tras este tsunami político y social las instituciones que representan al poder económico no estén preocupadas por su representatividad futura y la falta de conexión con los retos de la nueva economía, la transformación digital y las problemáticas de las nuevas generaciones de empresarios que ven a las patronales como entidades que no les representan.

La sociedad necesita instituciones fuertes que puedan ser interlocutoras de las diferentes administraciones para impulsar cambios que no están en la agenda de los gobernantes. Pero este proceso no se puede liderar desde estructuras homogéneas en las que no hay diversidad de género (apenas hay mujeres en las directivas ni en las cúpulas), ni coexisten las generaciones más jóvenes con las más consolidadas, ni se incorporan a actores de la nueva economía. El debate no debería ser por el poder, si no por representar a la sociedad que hay en la calle.