Editorial

Niños maltratados por sus propios padres

Hay que plantar cara colectivamente a la indignidad que sufren muchos menores a manos de quienes deberían ser su más cálido refugio

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El ámbito familiar acoge generalmente las mejores experiencias de los seres humanos a lo largo de su vida, pero en ocasiones es el escenario de profundos rencores y relaciones deterioradas hasta el extremo de la violencia. No ha sido hasta hace pocos años que han aflorado con claridad los malos tratos sufridos por muchas mujeres en el entorno doméstico, lo que ha permitido ver la extensión del problema y empezar a ponerle coto. Y ahora comenzamos a tener datos de otro fenómeno sujeto a opacidad, los daños padecidos por menores por parte de familiares, generalmente los propios padres.

La estadística es alarmante: en el 2015 fueron atendidos por este motivo más de 1.800 menores catalanes -el triple que apenas cinco años antes-, y cuatro fallecieron; y los niños y adolescentes que, como medida protectora, están hoy separados de su familia por haber sufrido maltrato son más de 4.800. Unas cifras que son solo la punta del iceberg.

Luchar contra esta detestable práctica no es fácil, porque la indefensión de las víctimas favorece la impunidad de los agresores, que a veces se escudan en el atavismo de ese peculiar ejercicio de la autoridad familiar. Pero ninguna tradición que encierre violencia (física o psicológica) puede tener la más mínima comprensión en nuestros días. Casos como el de la pequeña Olga, que hoy explica y documenta EL PERIÓDICO, deben servir para plantar cara colectivamente a la indignidad que sufren muchos menores a manos de quienes deberían ser su más cálido refugio.