Los emprendedores económicos

Negocio nuevo, negocio tradicional

Hay que hallar un equilibrio normativo y fiscal entre las empresas de formato clásico y las emergentes

JOSEP-FRANCESC VALLS

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Los negocios son emprendedurías o proyectos que se desarrollan en un escenario más o menos favorable. Crecen cuando se adelantan a satisfacer determinadas necesidades mejor que otros y pierden fuelle si los competidores les superan. En los escenarios aparecen dos elementos a conjugar. El primero es la oportunidad. Se trata de acertar cuándo intervenir: ni antes ni después; en el momento exacto. Es el desencadenante. El segundo consiste en la dinamicidad. No es otra cosa que la capacidad de adaptar el negocio a los cambios de los consumidores, adelantarse a ellos y combinar en cada momento de la forma más eficaz posible los factores productivos que facilitan el éxito empresarial. Este segundo elemento otorga la sostenibilidad a los negocios. En este estado de cosas, los gobiernos, las organizaciones patronales, las sindicales y demás tejen el marco jurídico, fiscal y social del que se desprende el código de impuestos, cuotas y afiliaciones civiles.

A la vez que fomentan los negocios tradicionales, las sociedades más abiertas crean todo tipo de condiciones para que aparezcan otros nuevos. Estos construyen propuestas que compiten con los negocios establecidos, incluso por la supervivencia. Sin unos no hay economía. Sin los otros, tampoco. ¿Deben las sociedades tomar partido por unos negocios en contra de otros o dedicarse a crear las mejores condiciones para que todos puedan desarrollarse y que triunfen los más creativos? Los conflictos, por virulentos que aparezcan -como el de la Barceloneta de estos días-, representan oportunidades de mejora de formas de actuar colectivas que no fueron tenidas en cuenta en su momento, no se trataron adecuadamente o se resolvieron mal. Afrontarlos con todos los agentes sin parti pris por ninguna de las partes y comprendiendo el enfado de muchos puede ser un buen punto de partida. El hartazgo expresado crudamente obliga a aguzar el ingenio de todos.

El problema no es el modelo turístico. Barcelona sigue disponiendo de uno bueno, fruto del trabajo colectivo desde 1985, revisado convenientemente en documentos posteriores del Pla Estratègic Barcelona 2000; el último de ellos, el Pla Estratègic de Turisme 2015. Se trata de un modelo exitoso. Apeteciblemente exitoso desde la óptica de un montón de ciudades del mundo. Lo que ocurre es que, en el desarrollo turístico de la ciudad, a caballo del éxito de la afluencia experimentada estamos poniendo más énfasis en el crecimiento desaforado del número de visitantes que en los equilibrios ciudadano/turista, capacidad de carga/oferta turística, nuevas demandas/capacidad de satisfacción. Hay que releer la hoja de ruta. Es mejorable y adaptable. Pero es asumible por todos, buena, innovadora y envidiada.

Los negocios hoteleros no pueden enfrentarse a los Airbnb o a los apartamentos turísticos y a sus webs. Ni los taxistas a la intermodalidad, a más y mejores líneas de autobús, a trenes vertebrados, patines a motor, bicicletas, e-bikes, twizys -como explicaba espléndidamente este diario hace unos días- y demás sistemas de transporte. No son sus enemigos. Todos compiten creándose oportunidades mutuas y obligándose a mejorar. Mañana habrá nuevas propuestas de negocio de alojamiento y desplazamiento y nuevas formas de relacionarse y vivir. Las sociedades irán desarrollando más compra colectiva, más propiedad compartida, más e-commerce. Aparecerán nuevas tendencias que convertirán en tradicionales los nuevos negocios de hoy. Todos ellos deben estar más atentos a mejorar su oferta, a innovar, que a exigir la protección y poner palos en las ruedas del otro.

La cuestión radica en hallar el equilibrio normativo y fiscal entre los negocios tradicionales y los nuevos a fin de favorecer a ambos y no discriminar a ninguno de ellos. ¿De qué manera? Hay que reducir la excesiva legislación y los impuestos sobre los negocios tradicionales para facilitarles su capacidad de competir y adaptarse a los cambios. ¿Por qué el taxista debe abonar un seguro complementario de ocupantes distinto del de su coche o del mío? ¿O un impuesto municipal de transmisión al vender la licencia? Del mismo modo, hay que normativizar y fiscalizar los negocios desde el primer momento, otorgándoles el más amplio margen de flexibilidad a fin de crear condiciones favorables a su nacimiento y no boicotearlos en sus primeros pasos; e igualmente, invitarles a que se agrupen convenientemente para que se integren en el juego social. A veces, la voracidad normativa y fiscal del leviatán crea los problemas que luego se ve obligado a resolver precipitadamente, tarde y mal.