Pequeño observatorio

Los virtuosos conductores barceloneses

A veces veo algunas maniobras rapidísimas que francamente merecen una ovación

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Es un tejido de obstáculos compartidos que hace años no existía en Barcelona. Los peatones son un problema para los ciclistas. Los ciclistas son un problema para los peatones. Los automóviles son un problema para los peatones y los ciclistas. Los ciclistas son un problema para los automovilistas...

No pretendo haber formulado todas las combinaciones posibles de tres elementos que aprendí en la escuela. Desde que dejé de conducir -sin haber embestido a nadie ni ser embestido- debo trasladarme por Barcelona a menudo en autobús o en taxi. No practico, pues, el arte y la técnica de circular en grupo y a pie si no es en distancias cortas. Solo soy, en general, un testigo no interesado, no responsable, un simple espectador del Gran Teatro de la Circulación.

(Recuerdo una estancia que hice hace ya tiempo en Holanda, y una de las imágenes que no se me han borrado es la visión de una quincena de ciclistas disciplinadamente detenidos, formando un bloque perfecto de tres filas, ante un semáforo rojo.)

He llegado a la conclusión de que, en Barcelona, la inmensa mayoría de actores son admirables. ¡Qué capacidad interpretativa de los inesperados cambios de marcha que se producen a cuatro pasos de un choque con otro vehículo! ¡Qué admirable sensibilidad ante la distancia de un par de centímetros!

Hay conductores que son lectores o incluso discípulos de Shakespeare, que escribió aquello tan famoso: «Ser o no ser, esa es la cuestión».

Muchos conductores de coches privados, taxis, camionetas, bicicletas, autobuses y patinetes podrían recitar constantemente: «Choco o no choco, esa es la cuestión».

A veces veo algunas maniobras rapidísimas que merecen francamente una ovación.

Pienso que algunos conductores serían capaces de aplaudir sin dejar el volante.