El epílogo

Lecciones nucleares

ENRIC HERNÀNDEZ

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Alos europeos Japón nos queda muy lejos. Nos impresionan -tanto como nos cautivan- las imágenes en vídeo del tsunami devorando todo cuanto halla a su paso, empujando las embarcaciones tierra adentro. Nos hiela el alma la desolación de un país devastado por la naturaleza, no por el hombre. Nos conmueven esas miradas rasgadas que todo lo han perdido, familia incluida. Pero, al poco de contemplar tan estremecedoras imágenes, nuestra vista se dirige hacia los reactores en llamas; nos asalta el pánico nuclear. Y es que a los europeos Japón nos queda muy lejos, pero la amenaza nuclear convive con nosotros.

En los últimos años, la desorbitada factura energética, agravada por la crisis y la revuelta árabe, había rearmado a los partidarios de la energía nuclear -más económica y eficiente que la fósil y la renovable-,

mientras que los detractores se batían en retirada. En Alemania,Angela Merkel se disponía a alargar la vida de las centrales, y en España José Luis Rodríguez Zapateroempezaba a esbozar cierto giro pronuclear.

Pero el peso de los movimientos ecologistas en Alemania y la debilidad política de la cancillera la llevaron a anunciar ayer que aparca su proyecto. Entretanto, los restantes gobiernos de la UE, a fin de tranquilizar a sus respectivas opiniones públicas, se aprestan a auditar las medidas de seguridad de las centrales nucleares, y a reforzarlas si cabe.

Más allá de consideraciones técnicas, el fantasma de Chernóbil sigue muy presente en el imaginario colectivo. Que un terremoto de la magnitud del registrado el viernes en Japón y sus sucesivas réplicas dañen las plantas atómicas es hasta cierto punto lógico, por muy preparado que esté el país para los seísmos. La primera lección a extraer es que ni el mejor sistema de seguridad puede conjurar todos los riesgos.

Opacidad y sospecha

Pero, ante el temor de que el Gobierno nipón esté ocultando información, emerge otra conclusión: la opacidad que preside todo accidente nuclear, sea este leve o grave, abona la permanente sospecha y debilita a quienes defienden esta (por ahora) irrenunciable fuente energética.