Barcelona y la luz

La invasión de los led mutantes

En la capital catalana se usa mal la nueva tecnología de iluminación y debemos estar atentos para evitar una hipercontaminación

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JULI CAPELLA

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Cíclicamente resurge en Barcelona el debate sobre si la ciudad está deficientemente iluminada o, por el contrario, iluminada en exceso. La respuesta es clara: está mal iluminada. O por decirlo más suavemente, no todo lo bien que debería estar.

Hoy por hoy el principal problema es la invasión desmedida de la luz led. Esta tecnología que debía salvarnos del despilfarro energético se ha demostrado peligrosa. En manos inexpertas es proclive al derroche. Consume tan poco, que es fácil darle más caña. Para finalmente gastar lo mismo que antes. Y arrojando innecesariamente millones más de lúmenes al espacio exterior. Pero además, los led conjugan dos perversiones más, el dinamismo y su cromatismo. Y juntando las dos, ya tenemos el festival navideño todo el año: intermitencias, relámpagos, arcoíris... Su precio menguante y su fácil instalación amenazan con invadirnos. Debemos estar atentos para evitar una hipercontaminación lumínica de la ciudad. No se trata de vetar puritanamente las luces –vivan los neones bien puestos–, sino de mejorar su calidad y sobre todo rebajar su creciente agresividad. Optar por una iluminación más armónica, afable, más humana y no de autopista.

Los led, como todo avance tecnológico –como la televisión o el móvil–, no son ni buenos ni malos, depende de cómo se usen. Y aquí se están usando mal. Basta conducir por el Paral.lel para cegarse con unas farolas frontales que nos vendieron como inteligentes y que en todo caso lo que sí son es deslumbrantes. La iluminación dinámica del Centre Glòries en la Gran Via reclama una atención innecesaria que puede despistarnos. Lo mismo pasa con las grandes pantallas de los escaparates y muchos carteles. Los led, a diferencia de la luz incandescente, emiten una luz molesta. Jamás debe recibirse frontalmente, debe estar protegida con alguna pantalla.

Viene esto a cuento del festival Llum BCN, que demuestra desde hace unos años que con cariño y unos pocos vatios somos capaces de caldear rincones inhóspitos de la ciudad.