ANÁLISIS

El imperio (británico) contrataca

ROSA MASSAGUÉ

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Tarde o temprano tenía que salir y lo acaba de hacer con motivo de la visita de Barack Obama a Londres. El imperio -o, más exactamente, la nostalgia del imperio- contraataca. Que a estas alturas del guión haya que recurrir a un pasado que cada vez menos británicos han vivido directamente resulta preocupante. La India ‘se perdió’ (según la terminología de la nostalgia estéril) en 1947, y las grandes colonias africanas, en los años 60, por poner un par de ejemplos. Recurrir como han hecho Boris Johnson y Nigel Farage, los más vistosos partidarios del 'Brexit', a un supuesto antiimperialismo de Obama por ser hijo de keniano para atacar su apoyo al mantenimiento del Reino Unido en la UE sería ridículo si no fuera un insulto a la inteligencia por la zafiedad del argumento y por el dejo de racismo que desprende.

Pero en campaña parece que todo vale y ambos saben que su terreno natural para conseguir el voto contrario a Europa es la franja de edad que supera los 65 años. Las encuestas indican que los británicos de esta edad para arriba que quieren abandonar la UE casi doblan en número a los de la misma franja que quieren seguir en ella. Son británicos que han idealizado el cordero y la mantequilla de Nueva Zelanda que consumían regularmente antes del ingreso del Reino Unido en la CEE y que sueñan con volver a tener estos productos en su mesa (por cierto, aquel país lejano está debatiendo si retirar la Union Jack que aparece en una ángulo de su bandera).

¿Estos británicos de la tercera edad son muchos, son pocos o son suficientes para tumbar la permanencia europea? Evidentemente ellos solos no tienen la llave del 'Brexit'. En buena parte dependerá de cómo se comporte el grupo situado en el otro extremo de las edades. En su mayoría los más jóvenes, los que viven en un mundo interconectado en el que han caído tantas fronteras físicas y mentales, quieren seguir en la UE, pero les faltan los estímulos para defender la permanencia. Por eso Johnson y Farage saben que deben dirigirse a los abuelos y mantener viva la ficción de un mundo pasado que en ningún caso fue ni tan brillante ni tan feliz como lo pintan.