Historiadores

Cuando la historia interviene en el debate político, llega la hora de resguardarse. En la presentación del polémico simposio organizado por el Centre d'Història Contemporània y por el Institut d'Estudis Catalans, se habla de «las consecuencias que ha tenido para el país la acción política del Estado español en relación a Catalunya». Nadie podría argüir nada en contra, y más aún cuando las entidades, avaladas por un programa repleto de profesores de solvencia y de catedráticos con pedigrí, avisan de que la acción política ha sido «casi siempre de carácter represivo». Especifican un «casi siempre», es decir , no pontifican de manera radical en el entorno de tres siglos (porque es cierto que ha habido periodos más amables, intentos de comprensión, entendimientos mutuos) sino que tratan de acercarse a una evidencia que clama al cielo de la documentación, de las pruebas, de los decretos y de las intervenciones armadas. Y que, en su global, deja el poso que certifica alguien de tanto criterio intelectual y tan poco sospechoso de ser falsario como el doctor Josep Fontana:  «Desde mi perspectiva, a partir de 1714 se inicia un proceso represivo, histórico y cultural».

Fontana no es precisamente un  «pseudohistoriador nacionalista excluyente», como afirma el ministro Margallo. Y el IEC no es un grupo de exaltados fanáticos abducidos por la sagrada llama de la patria. Hablamos de seriedad y de ciencia. Aunque algunos vean allí el germen del odio.