Pequeño observatorio

Hipótesis del gallego y la escalera

JOSEP MARIA ESPINÀS

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El president Montilla ha tenido que disculparse por haber dicho que los diputados de CiU eran «gallegos» por su falta de criterio sobre la reforma laboral. En realidad, los calificaba de ambiguos, de no comprometidos. No debería de haber dicho gallegos. Las menciones de un colectivo -gallegos, catalanes, andaluces- siempre son arriesgadas. La susceptibilidad es alta. Los catalanes tenemos fama de peseteros, y los madrileños, de chulos.

Montilla pensaría en aquel chiste que dice: «Cuando ves a un gallego en una escalera, no sabes si sube o si baja». Hay que ir con cuidado con los tópicos, en especial si no son autorretratos; pueden interpretarse de varias formas. Mi interpretación de la frase, de entrada, es que si no sabemos distinguir si un gallego sube o baja, no hay duda de que la culpa es nuestra. Porque nadie podrá negarme que el gallego que está en la escalera sabe perfectamente si está subiendo o está bajando.

Yo creo que la famosa frase tiene una justificación muy clara: es una actitud defensiva. Si no podemos descubrir siempre lo que piensa un gallego, o por qué actúa de una forma determinada, la explicación sería esta: los gallegos del pueblo han sido largamente maltratados por los caciques propios y por los funcionarios de un poder forastero.

El gallego tradicional tiene miedo histórico de decir o hacer algo que le comprometa ante quien manda. Mis amigos Griñó, abogados, que son gallegos y viven en Vigo, me regalaron hace unos cuantos años un libro extraordinario, Nós (Nosotros), con magníficos dibujos de Castelao y textos cortos del mismo autor. Son dibujos de los gallegos pobres realizados con una dolorosa precisión. Texto bajo el retrato de una mujer mayor: «Deu o seu fillo para Cuba e o seu neto para Melilla; mais agora non ten cartos para paga-los trabucos (impuestos)». En otro,una familia rural reza: «Un padrenuestro para que Deus nos liberte da justicia»... Y un señor arrogante le decía a un hombre del campo que ante él se había sacado la gorra y miraba humilmente al suelo: «Decías que eras probe e tiñas una vaca, eh?».

En el pasado del pueblo gallego existe una raíz de desconfianza. A veces se traduce en silencios, y a veces se enmascara con la ironía. Yo he andado a pie por el interior de Galicia y por la Costa da Morte. Qué gente tan habladora y hospitalaria. Pero yo era un forastero inofensivo que iba a pie, que no llevaba corbata ni una cartera de funcionario. ¡Y cuántas veces me contaron francamente si subían o bajaban!