El no uso de Yasuni

El mundo pretendidamente globalizado no sabe afrontar los problemas realmente globales

RAMON FOLCH

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¿Cuánto estaría dispuesto a pagar para que no desaparecieran las cosas deficitarias que usted aprecia? A eso se le llama asumir el valor de no uso. El Barça, sin ir más lejos. Es deficitario (la venta de entradas no cubre el presupuesto del club), y de ahí que precise espónsores y derechos televisivos. De no tenerlos, ¿cuánto llegaría usted a pagar para que el Barça siguiera existiendo? Otro caso: las iglesias que no cabe explotar como monumentos están cerradas y acabarán cayéndose a pedazos por falta de fieles, a menos que entre todos cubramos su valor de no uso para mantener nuestros referentes históricos y artísticos.

El caso más extremo de asunción del valor de no uso es el martirio: pagar con la vida la defensa de una ideología o creencia cuyos frutos el mártir jamás llegará a ver. Basta con menos. A menudo, con el sumatorio de pequeños esfuerzos en términos de no uso para mantener instituciones o paisajes. La mayoría de suscripciones, cuotas de entidades, etcétera van en esa dirección. En todo caso, el valor de no uso es un concepto económico de relevancia creciente, porque las mutaciones del mundo moderno dinamitan referentes imprescindibles del imaginario de los pueblos.

Este año ha fracasado, en parte, una interesante iniciativa asociada al valor de no uso del parque nacional de Yasuni, en Ecuador. Se trata de una fantástica área amazónica de casi 10.000 kilómetros cuadrados, libre hasta ahora de toda alteración antrópica. En efecto, en este extenso territorio, equivalente a un tercio de Catalunya, viven solo unos centenares de tagaeris y taromenanos, pueblos que han rechazado toda aculturación. Llevan una vida calificable de zoológica en términos ambientales. Que forman parte de la selva, vamos. Es un área con una biodiversidad asombrosa: más de 150 especies de anfibios, 600 de aves, 200 de mamíferos... Un fragmento de pluvisilva intacta con un valor añadido letal: su subsuelo es rico en petróleo.

La explotación petrolífera afectaría el parque, obviamente. En el 2007, el presidente Rafael Correa se comprometió ante la Asamblea de la ONU a mantener inexplotadas las reservas del campo petrolero ITT (Ishpingo-Tambococha-Tiputini), estimadas en más de 800 millones de barriles, si la comunidad internacional pagaba a Ecuador la mitad de los 7.000 millones de dólares que sacaría de ese petróleo. Se firmaron acuerdos, un fideicomiso con el Programa de la ONU para el Desarrollo, y se abrió la captación de fondos. Lamentablemente, este verano Ecuador tuvo que dar por semifracasada la iniciativa: empezará la extracción de petróleo, si bien limitada a un sector pequeño, de unos 10 kilómetros cuadrados. De momento, claro...

Circula por la red un discurso apócrifo de Evo Morales en el que el presidente de Bolivia pasa cuentas con Europa y concluye que de deuda externa nada de nada, que es Europa quien debe una inmensa fortuna a los pueblos americanos por el oro, la plata y tantas materias primas expoliadas por las potencias coloniales. Se trata, en realidad, de un texto escrito en 1992 por el filósofo venezolano Luis Britto, una carta simbólicamente atribuida a un caudillo imaginario llamado Guaicaipuro Cuatemoc. Un documento ficticio, pues, como la pretendida carta del jefe Seattle a las autoridades de Estados Unidos (1854), tan celebrada por los ecologistas, que era una recreación literaria moderna de lo que quizá dijo Seattle a los representantes del presidente Franklin Pierce. Documentos ficticios, pero denuncias reales. Denuncias ingenuas y diacrónicas, pero rebosantes de razones. Lo bastante sólidas como para hacer de la propuesta de Correa una pretensión más que razonable.

Pero ni pretensión razonable, ni asunción alícuota de las cargas del valor de no uso. Porque, entre tanto, algunos gobiernos europeos -he dicho algunos- se esfuerzan por reducir emisiones de dióxido de carbono sin aparentemente ponderar que en Yasuni se ahorraría la emisión de 400 millones de toneladas. Porque, entre tanto, los conservacionistas de medio mundo claman por la protección integral de Yasuni sin mover ficha a la hora de asumir gastos. Con excepciones: el Gobierno alemán ha aportado este año 46 millones de euros, en parte a través del Rainforest Fund, la fundación del cantante Sting.

Vivimos en un mundo globalizado que, paradójicamente, no sabe hacer frente a los problemas globales. A los problemas globales de carácter ambiental, pero tampoco a los problemas globales económicos. Sí, Yasuni no es un reto ecológico. Es un reto socioeconómico con consecuencias ambientales. No parece que seamos capaces de abordarlo adecuadamente. Ni este, ni tantos otros. Pero el pensamiento dominante sigue validando opciones superadas basadas en el uso y, sobre todo, el abuso. Da que pensar... Socioecólogo. Presidente de ERF.