Editorial

El auge de la economía 'colaborativa'

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La aparición de internet y de las nuevas tecnologías ha supuesto una revolución que ha afectado a todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. Y ha sido también una vía para alumbrar fórmulas de simple intercambio junto a actividades económicas más lucrativas que aprovechan las ventajas -entre ellas la del ahorro de personal- que ofrece el amplísimo universo digital. Un ejemplo de estos nuevos modelos de negocio es la plataforma de alquileres vacacionales Airbnb. Fundada en el año 2008 por tres avispados emprendedores, y con sede en San Francisco, su éxito ha sido fulgurante. En estos ocho años ha logrado una implantación en 34.000 ciudades de 190 países y 60 millones de viajeros. Airbnb, igual que otras plataformas de alojamiento similares, pone en contacto a quienes ofrecen su piso, apartamento o una habitación con sus clientes, en la mayoría de casos turistas, mediante una cuidada información y documentación. A cambio de cada operación obtiene una comisión, que, por cierto, no es reducida.

Se ha convertido así en competencia directa del sector hotelero por unos precios inferiores, en primer lugar, y también por una política 'friendlyde márketing que empieza por su autodefinición de «mercado comunitario» y por esa idea de que se dirige a quienes quieren vivir no como turistas sino como los 'locales' de las ciudades que visitan. Airbnb presentó ayer las cifras de su implantación en Barcelona, su cuarto destino mundial, donde generó un impacto económico de 740 millones en el 2015. En la capital catalana, precisamente, tiene impugnada una sanción municipal de diciembre por anunciar pisos turísticos ilegales.

Su caso, el de Blablacar (compartir gastos de viaje en coche entre ciudades) o el del servicio prohibido de taxis particulares Uber son ejemplos del auge de la mal llamada economía colaborativa, que abarca a variadísimos campos. En Airbnb esta etiqueta es muy generosa por el sustancial beneficio de las comisiones, que va mucho más allá de la colaboración que supone un simple trueque. Es evidente que este apogeo hace urgente una regulación para que el fenómeno no se instale en el terreno de la economía sumergida, por lo que hay que definir deberes legales y tributarios. No puede haber ni competencia desleal ni regates a Hacienda. Y es que la nueva economía no tiene marcha atrás.