La rueda
Las dioxinas no nos abandonan
Ramon Folch
Socioecólogo. Presidente de ERF.
Socioecólogo. Presidente de ERF.
RAMON Folch
Los alemanes prefieren la carne de cerdo. Comen más de 70 kilos por persona y año. Se calcula que la producción porcina anual de las granjas alemanas es de unos 7,5 millones de toneladas, 1,6 de los cuales se exportan. Por eso ha sido tan grande el trastorno del cierre de 4.700 granjas después de que en animales de una granja de la Baja Sajonia se encontrasen dioxinas procedentes del pienso de una marca difundida por todo el país. Pérdidas millonarias y erosión de la confianza, lo que tal vez sea aún peor.
Hace 40 años, nadie se ocupaba de las dioxinas. Saltaron a la palestra cuando se hallaron en el humo de las primitivas incineradoras de basura de entonces y al descubrirse que podían tener efectos cancerígenos. En 1976, el accidente de Seveso, cerca de Milán, las consagró como el buque insignia de la toxicidad química. Como todo, es un tema de concentración. Los volcanes o los incendios forestales emiten dioxinas, como cualquier combustión orgánica. Pero pocas. El problema es que aparecen asociadas a los universalmente difundidos plaguicidas organoclorados y a combustiones tan igualmente generalizadas como las del petróleo, el gas o el carbón.
Se acumulan en las grasas. Ese es el problema. El agua o el viento se las llevan, como cualquier otro contaminante, pero si entran en un animal quedan retenidas en sus tejidos lipídicos. Y si otro animal se come a ese animal contaminado, las hereda de golpe. Ese es el problema de las granjas alemanas: los cerdos comían pienso hecho de grasas de matadero contaminadas con dioxinas. Si no cortas la cadena, no hay nada que hacer. Al contrario: se van concentrando más y más.
Quemamos combustibles fósiles y residuos, fabricamos plaguicidas. Es difícil evitar que las dioxinas se vayan concentrando. Las concentraciones son todavía bajas, pero el camino iniciado es peligroso. Con una agricultura menos dependiente de los agroquímicos, una economía menos dependiente del petróleo y una dieta menos dependiente de la carne iríamos mejor. La insostenibilidad es también eso: no poder o no quererse privar de lo que, seguro, nos perjudica.
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